Los alimentos que consumimos en la actualidad poco tienen que ver con los que consumían nuestros abuelos o bisabuelos. Todo ha cambiado, y el pan, un alimento que nunca ha faltado en nuestra mesa, no ha sido ajeno a estos cambios.
La creciente demanda del trigo ha llevado a modificar genéticamente el cereal. Las variedades modernas de trigo crecen más rápido, son más económicas, se adaptan mejor al suelo, a los cambios climáticos, a las plagas, tienen un mayor rendimiento, y de cara al consumidor el resultado es un producto mucho más esponjoso.
Sin embargo, estas modificaciones del cereal tienen un impacto y una repercusión en nuestro organismo, y es que cada vez hay más evidencias que lo relacionan con un mayor número de problemas digestivos, intolerancias y alergias, obesidad, enfermedades cardiacas…
Como consecuencia, actualmente existe una mayor demanda de las variedades de trigo antiguas, ya sea por razones medioambientales, por sus características nutricionales o por su mejor tolerancia en nuestro organismo. ¡Es hora de buscar alternativas!

¿Qué cereal es el centeno?
Se trata de un cereal que se utiliza como alimento desde el Neolítico y es típico de los países del centro y norte de Europa. Viene de la familia del trigo, pero a diferencia de este, ha sido menos modificado puesto que es más resistente y aguanta climas y suelos más extremos. Consumido como harina de centeno, es el segundo cereal más consumido en el mundo para la elaboración de pan después del trigo.
El pan de centeno o pan negro, con menor aporte de gluten y mayor aporte nutricional, es un pan de un color más oscuro, textura esponjosa, algo más amargo y terroso que el pan blanco de trigo común. Debido a su sabor más fuerte, suele combinarse con otras harinas para suavizar el sabor y elaborar unos panes, galletas y bizcochos bien deliciosos. De todas maneras, es importante consumir centeno procedente de cultivo ecológico para evitar el consumo de contaminantes o de organismos modificados genéticamente.
La mejor forma de empezar con el centeno
El desayuno es unas de las comidas más importantes del día, y también una de las comidas que solemos hacer peor. Croissants, galletas, magdalenas, cereales azucarados, un bocadillo de pan blanco con embutido de mala calidad... Todos ellos elaborados con azúcares y harinas refinadas.
El resultado es un alimento muy pobre nutricionalmente y con un comportamiento muy similar al del azúcar. Por lo tanto, nos dará sensación de hambre constante, bajadas de energía, visión borrosa, bajada del estado de ánimo… ¡Una montaña rusa emocional! Y, cómo no, un aumento de peso y de grasa abdominal. Una auténtica bomba de relojería que acaba teniendo un impacto muy directo en nuestro cuerpo.
Si lo que quieres es cambiar tu estado de salud, tu peso y tu metabolismo, empieza modificando tus desayunos por comidas nutritivas y equilibradas, siempre en función del hambre. Verás que es un paso clave para empezar nuevos hábitos saludables y cambiar tu vida.