Abres la nevera y ves que una fruta que tenías desde hace una semana se ha puesto fea. Y el cartón de leche que lleva abierto semanas y no terminas. Y la lechuga que está empezando a cambiar de color. ¿Qué haces? Lo tiras a la basura. No pasa nada si alguna vez te has despistado y algún alimento fresco se te ha echado a perder, pero por desgracia, esto se ha convertido en un hábito.
El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la organización británica sobre residuos WRAP estimó que en 2019 se desperdiciaron 931 millones de toneladas de alimentos. O lo que es lo mismo, el 17% de la producción total de alimentos en el mundo acabó en la basura.

Los hogares, los que más desperdician
Según estos datos de la ONU, el 61% de este desperdicio de alimentos proviene de los hogares. Sí, de las casas. Por lo que en este caso ya no sirve la excusa de que quienes más contaminan y gastan son las empresas. Después, otro 26% pertenece al rubro de servicio de alimentos (restaurantes, hoteles, colegios…) y el último 13% del comercio, como supermercados o pequeños almacenes.
De acuerdo con la ONU, se estima que toda esta comida que no se consume es la causante de entre el 8 y el 10% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Y, lo que debería darnos más vergüenza: desperdiciamos esas cantidades de alimentos cuando, según la FAO, 690 millones de personas pasaron hambre en 2019.
Por suerte, parece que cada vez hay más gente concienciada con la importancia de aprovechar los alimentos que se compran (o los que no llegan a las tiendas porque antes se descartan por no tener un buen aspecto) y no desperdiciar comida, lo que está teniendo reflejo en proyectos muy interesantes para evitar que miles de alimentos vayan a la basura.