Hasta hace relativamente poco, la leche formaba parte del desayuno de prácticamente todos nosotros, especialmente del de los pequeños. Un gran vaso de leche de vaca con galletas o cereales, acompañado de un zumo, representaba una primera comida del día muy común no solo en los hogares sino también en los colegios y en la restauración. Pero ahora las cosas han cambiado: ya entrados en la segunda década del siglo, la mala prensa de los productos procesados y altos en azúcares y aditivos, así como la necesidad de apostar por un consumo más sostenible, con menos productos de origen animal y con un menor impacto ambiental, nos han hecho revisar antiguas creencias y cambiar muchos de nuestros hábitos diarios.
Entre ellos, el del consumo de los productos lácteos. La leche de vaca, de cabra o de oveja, esa bebida que siempre se había considerado imprescindible para el crecimiento y el buen mantenimiento de nuestra salud ósea, compite ahora con un extenso universo de nuevas bebidas vegetales que, según datos de un estudio de la consultora Nielsen publicado por el proyecto europeo Smart Protein, cuentan ya con penetración en el 37% de los hogares españoles. Se trata pues de un alimento en plena expansión que, desde 2018, ha aumentado el volumen de ventas en un 14% en nuestro país, llegando a los 246 millones de litros anuales y plantando cara a la industria láctea.
¿Por qué? Porque pueden tratarse de alternativas saludables si queremos transicionar hacia una dieta vegana o con menos productos de origen animal, si la leche no se nos pone bien o si tenemos algún tipo de alergia o de intolerancia a la lactosa o a la caseína.
Aun así, las bebidas o los licuados vegetales siguen despertando y acumulando una gran cantidad de mitos y de falsas creencias a menudo condicionadas por los intereses de la industria alimentaria, ya sea en una u otra dirección. Por eso, y en el marco del Día Mundial de la leche vegetal que se celebra este domingo, 22 de agosto, vamos a intentar arrojar un poco de luz sobre esta cuestión.