¿Qué relación tienen los alimentos que ingerimos con la calidad de nuestro descanso? ¿Influye nuestra cena o nuestro picoteo antes de acostarnos a la hora de conciliar el sueño y dormir bien toda la noche? Sin lugar a dudas, sí. Lo que comemos, y cómo lo hacemos, repercute enormemente en el tiempo en que tardamos a dormirnos y en cómo lo haremos durante las siguientes horas.
De hecho, antes de entrar a ver con detalle qué debemos comer y qué no para evitar el insomnio, es importante cumplir con una regla básica con la que todos los expertos en medicina del sueño coinciden: la necesidad de cenar ligero y por lo menos dos horas antes de meternos en la cama. Un periodo de tiempo que muchos acortamos pensando que no podemos hacerlo de otra manera porque el día “no tiene más horas” y porque “queremos llegar a todo”, dejando en segundo término las necesidades reales de nuestro organismo.
Lo más aconsejable es cenar ligero y por lo menos dos horas antes de meternos en la cama
Sin embargo, se trata de un hábito más que saludable que nos permitirá iniciar el sueño sin la desagradable sensación de sentirnos llenos o realizando la digestión, además de ser clave si queremos practicar algún tipo de ayuno intermitente de 12 horas como el que nos explicaba la dietista-nutricionista Carla Zaplana en esta entrevista (cenando a las 20.00 h y no comiendo nada más hasta las 8.00 h de la mañana siguiente).
De todos modos, tampoco deberíamos acostarnos con sensación de hambre, ya que esto podría activar nuestros niveles de cortisol, la hormona del estrés, cuando lo que queremos es propiciar la segregación natural de melatonina.
Alimentos desaconsejados para el sueño
En el libro Apágate insomnio. La guía definitiva para que nada te quite el sueño, Marcello Soi, farmacéutico, dietista y psiconeuroinmunoendocrinólogo (PNIE) dedica un capítulo entero a explicar qué alimentos nos ayudan a dormir y qué otros están más desaconsejados.
Entre los buenos de la película encontramos los hidratos de carbono de absorción lenta como el arroz integral, la avena, la quinoa o la cebada, las proteínas y los lácteos no excesivamente grasos, las legumbres y las semillas germinadas, los frutos secos y la fruta o las hierbas y las verduras.
Entre los malos y los que deberíamos evitar están: