Es bastante preocupante saber que un 28,1% de los menores de 18 años en España tiene sobrepeso u obesidad (el tercer país, a nivel europeo, con mayor índice). Y que, por otro lado, también en la población pediátrica se está dando un aumento considerable, en las últimas décadas, de la prevalencia de enfermedades crónicas aisladas o presentadas como multimorbilidad (presencia de dos o más enfermedades crónicas en una misma persona).
Consideramos que una enfermedad es crónica cuando un problema de salud dura más de tres meses e implica hospitalizaciones frecuentes, cuidados sanitarios y/o de salud domiciliarios. También hay que añadir a la definición las consecuencias sociales de la enfermedad que prolongan su duración a más de 1 año. Distintos estudios epidemiológicos sugieren que hasta uno de cada 4 niños y niñas tiene una enfermedad crónica.
El asma es la principal enfermedad crónica en la población pediátrica, situándose en torno al 7-15% en España, y con una prevalencia creciente en todo el mundo. Como ya hemos dicho, la obesidad presenta también una tendencia ascendente generalizada en todo el mundo desarrollado y en Europa es un problema especialmente grave en los países del sur.
1 de cada 4 niños tiene una enfermedad crónica, siendo el asma la principal
La dermatitis atópica es la enfermedad cutánea crónica más prevalente en la edad pediátrica y afecta, aproximadamente, a un 10-20% de niños en alguna etapa de su vida. Otra de las enfermedades crónicas más comunes en la infancia es la enfermedad celíaca que afecta en torno al 1% de la población. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), que hace unos años se estimaba su prevalencia en el 4-6%, actualmente algunos estudios lo cifran entre el 10-20%.

¿Qué tienen en común las enfermedades crónicas en la infancia?
La salud es un estado de buena adaptación, crecimiento y desarrollo. En cambio, la enfermedad supone la pérdida de esa adaptación o una crisis del organismo humano en su intento de mantener un equilibrio adaptativo. Hoy sabemos que todas las enfermedades crónicas, como las antes mencionadas, tienen una base común que es la existencia de una inflamación crónica.
Hay dos tipos de inflamación. Por un lado, la inflamación aguda que es una de las muchas respuestas del sistema inmunológico para defender al cuerpo de una lesión. Es una respuesta inherentemente protectora que ayuda a eliminar sustancias nocivas y a sanar el tejido dañado (es esencial para curar heridas y combatir infecciones). La inflamación aguda es a corto plazo, temporal y autolimitada y se puede ver en un análisis de sangre (por la leucocitosis y el aumento de la proteína C reactiva).
En cambio, por otro lado, la inflamación crónica es más sutil y suele ser indolora. De hecho, se la denomina el “asesino silencioso” o inflamación “silenciosa” ya que los análisis de sangre habituales no la detectan y hay que buscar otras determinaciones más específicas para detectarla como los niveles de Homocisteína o los índices de oxidación. Aunque pueden no existir, posibles síntomas de inflamación crónica pueden ser la fatiga, úlceras en la boca, infecciones frecuentes, aumento de peso, problemas gastrointestinales o el dolor corporal.
Pero, ¿a qué se debe este tipo de inflamación? Puede ser causada por trastornos autoinmunes, por la exposición prolongada a irritantes (como la contaminación y los productos químicos tóxicos) y una variedad de otros factores de estilo de vida, como factores dietéticos, tabaquismo, consumo de alcohol y por el estrés crónico. La inflamación crónica supone un estrés continuo para nuestro cuerpo, ya que lo mantiene en una alerta constante.

Beatriz Larrea: "El 90% de la población sufre inflamación crónica"
La alimentación, factor clave en el control de la inflamación crónica
Dentro del estilo de vida, la alimentación es uno de los factores claves en el control de la inflamación crónica, así como, reducir la exposición a tóxicos (en algunos productos cotidianos encontramos químicos que generan obesidad en el ser humano), mejorar el sueño, practicar ejercicio y controlar el estrés.
En las últimas décadas, se ha demostrado que la alimentación tiene consecuencias significativas en el desarrollo de enfermedades que se manifiestan en la adultez y que la promoción de la alimentación para fomentar un crecimiento adecuado debe iniciarse desde antes de la concepción.
Hay que tener en cuenta que las influencias adversas tempranas en el desarrollo pueden resultar en cambios permanentes en la estructura, fisiología y metabolismo; lo que se conoce como Programación Metabólica.
Actualmente, nuestros niños y nuestra sociedad en general vive en un ambiente obesogénico. Es decir, hoy en día tenemos a nuestro alcance y por precios muy baratos un gran abanico de productos ricos en azúcares, grasas saturadas trans y aceites refinados. Recordemos que el azúcar es el conservante más barato que existe.
Y lo más preocupante es que si no sabemos leer bien el etiquetado no somos conscientes de la cantidad de azúcar que podemos llegar a ingerir (entre el 60 y el 70% se encuentran de forma oculta en las etiquetas). Por otro lado, nos bombardean con productos y etiquetajes bonitos y con mensajes como “rico en omega 3, en calcio o en vitamina D” que nos confunden para que pensemos que ese alimento es sano.
El no saber leer el etiquetado y los mensajes confusos de publicidad llevan a pensar que ciertos productos son sanos, cuando no es así
En la actualidad, no existe una educación nutricional adecuada ni tampoco un control de los mensajes que se dicen por las redes sociales por parte de personas sin ningún tipo de estudios académicos nutricionales. Tampoco ayuda un estilo y ritmo de vida que favorece las comidas rápidas y baratas u ofrecer al peque de la casa alimentos que le gustan para que esté tranquilo y no chille o no cree una situación conflictiva y tensa.
En el taller sobre dieta antiinflamatoria que celebraremos en el próximo Congreso de la Sociedad Española de Salud y Medicina Integrativa (SESMI) explicaremos cómo enfocar el tema alimentario desde el entorno familiar, lo importante que es que el niño desde pequeño se acostumbre a comer fruta, verdura, frutos secos y que adquiera unos valores alimentarios. No existe ninguna bollería que sea saludable.
Y lo ecológico tampoco es indicativo de saludable, siempre hay que leer bien las etiquetas porque este tipo de productos también suelen llevar aceites, azúcares, aditivos, etc. Lo mejor es cocinar magdalenas o galletas en casa, con ingredientes de calidad, sin gluten, sin azúcar, sin grasas trans ni aceites refinados.
Una buena alimentación no solo puede ayudar a prevenir las enfermedades crónicas a nuestros niños y niñas, sino que también puede ser divertida. Es interesante que los más peques participen en el cocinado, ya que así aprenden y se lo comen con mayor alegría porque lo han hecho ellos.
El desarrollo de la promoción de la salud es un eslabón de vital importancia en la construcción de un mundo más humano y saludable que no sólo comienza en la reducción de los precursores de la enfermedad, sino que también está en la potenciación de estilos de vida saludables. No olvidemos que más salud en la edad pediátrica es más salud para mañana; empieza con nuestros padres, continúa con nuestra infancia y culmina en la edad adulta. Cuídate, cuídalos, cuidémonos.
Texto escrito por Susagna Muns, experta en nutrición de la Sociedad Española de Salud y Medicina Integrativa (SESMI), y la Dra. Mar Begara, médico especialista en Pediatría y Homeopatía y miembro de la SESMI.