La piel está sometida, día tras día, a factores externos que la afectan y transforman. El clima, la contaminación del aire, el polvo, la suciedad y el humo del tabaco, entre otras partículas comunes, impactan negativamente sobre ella. Por eso, a veces puede ser complicado mantener una piel bonita y saludable. Pero el cuidado cutáneo también está en nuestras manos, debido a factores internos como la alimentación. Así que… ¡vamos a actuar! Para ello lo importante es saber qué tipo de piel es la tuya y cómo cuidarla.
Tan importante es una alimentación saludable, como los cuidados específicos que tu piel requiere. Es decir, para lucir tu mejor piel, cada persona tiene que conocer su tipo de piel y, en consecuencia, debe ser tratada de formas distintas. Por lo que debemos conocernos, para poder cuidarnos de la mejor manera posible.
¿Y tú, que tipo de piel tienes?
Para entender las necesidades de nuestra piel, debemos conocer qué tipo de piel tenemos. Aquí tienes las claves para saber cuál es tu caso. Sin embargo, independientemente del tipo de piel que tengas, el primer paso para resolver un problema cutáneo es acudir al dermatólogo. Debes tener en cuenta que dada su experiencia y conocimientos, nadie podría atenderte mejor.
Piel seca
Si tu piel es áspera y te provoca picor o sensación de tirantez, tiene todas las características de la sequedad. Este tipo de piel suele manifestarse con un aspecto pálido y desvitalizado, descamación, enrojecimiento o, incluso, irritación.
La piel seca se refleja a causa de una pérdida de humedad y aceites naturales. Más concretamente, se trata de una alteración del factor natural de hidratación (FNH), que regula la producción de sebo y el nivel de hidratación. Asimismo, la falta de lípidos cutáneos, que actúan como una barrera de protección natural, genera un incremento de la pérdida de agua.
No hay que confundirla con la piel deshidratada, ya que aunque también sea tirante y provoque malestar, está tan solo se da en ocasiones puntuales.
¿Cómo tratarla?
La piel seca suele empeorar en invierno, por lo que debes evitar factores externos como el frío, la calefacción o el viento, en la medida de lo posible. Del mismo modo, utilizar agua muy caliente aumenta la deshidratación de la piel.
Para cuidarla, es fundamental beber mucho agua, evitar las altas temperaturas y realizar una limpieza suave, sin frotar. Utiliza productos hidratantes y nutritivos, ya sean en crema, leche, pomada, bálsamo o aceite. Así conseguirás reequilibrar esa pérdida de humedad.
Piel grasa
Este tipo de piel se caracteriza por su brillantez, grosor, y por la presencia de poros dilatados y puntos negros. La piel grasa se origina a causa de un exceso de sebo en la epidermis. Por este motivo, se tiende a presentar acné. Las causas del acné son la superproducción de sebo, la multiplicación de bacterias, y la hiperqueratinización, que provoca la obstrucción del canal folicular y impide la evacuación del sebo.
La lucha contra las imperfecciones
Si tienes la piel grasa, utiliza productos limpiadores que no sean agresivos, exfolia tu piel, utiliza aguas micelares y, sobretodo, desmaquíllate bien. De este modo, eliminarás las impurezas y las partículas que durante todo el día impactan tu piel. La limpieza debe ser profunda y hacerse dos veces al día, por la mañana y por la noche.
Por lo que hace a las imperfecciones, consulta tu dermatólogo y utiliza tratamientos específicos y adecuados para ti. Exponerte al sol te ayudará a secar las lesiones del acné y a disimular los granitos. ¡No manipules las imperfecciones! Si lo haces, aparecerán indeseables cicatrices.
Piel mixta
¿Cuántas veces has oído hablar de la zona “T”? Sí, nos referimos a la zona media de la cara, conformada por la frente, la nariz y el mentón. Cuando nuestra piel es mixta, estas áreas suelen presentar imperfecciones, como poros abiertos, puntos negros o brillos. En cambio, las mejillas están normales o pueden estar secas.
La epidermis sufre un desequilibrio, ya que el resto del rostro puede ser normal o presentar sequedad. Puede ser más complicado de lo que parece porque mientras intentas eliminar la grasa, también quieres evitar la deshidratación de las zonas normales o secas de la piel. ¡Presta atención a las reacciones de las diferentes zonas!
¿Dos problemas en uno?
Tener la piel grasa y seca, supone tratar cada zona en función de sus respectivos requisitos. ¡Vaya lío! Tómatelo con calma y limpia la piel en profundidad, antes de empezar. Evita agua muy caliente o muy fría, más vale que este tibia.
En lo que a productos se refiere, utiliza los que son libres de aceites. En la zona “T”, aplica cremas que no sean grasas y utiliza exfoliantes un par de veces a la semana. Pero en las zonas normales o secas, aplica productos hidratantes para evitar la irritación.
Piel sensible
Se trata de una piel intolerante, es decir, que reacciona más de lo normal ante estímulos que no deberían ser un problema, ya que no afectan a las personas con otro tipo de piel.
Por lo que, en estos casos, hay factores externos y internos que pueden provocar una sensación de picor, calor o hormigueo en la piel. Entre los más comunes, encontramos: el calor, el frío, el viento, las variaciones de temperatura, los jabones, el agua, el estrés, la menstruación, la menopausia y la alimentación.
Este fenómeno, que cada vez es más común, se produce a causa de una alteración de la epidermis. Es decir, la función protectora y de barrera disminuye, deshidratándose más la piel y permitiendo una mayor penetración de agentes irritantes. Además, las pieles sensibles segregan una gran cantidad de neurotransmisores y causan más inflamaciones.
¿Cómo la cuido?
Algunos de los cuidados cotidianos que están en nuestras manos, son: evitar la exposición al frío y los productos irritantes y agresivos, como por ejemplo los exfoliantes. Asimismo, la exposición al sol puede ser peligrosa, por eso es necesario un buen protector solar.
Entonces, debemos buscar productos suaves y aptos para pieles intolerantes, sin utilizar demasiados ni en exceso. Además, hay que frotarse la piel con mucha delicadeza y es primordial no abusar del maquillaje.