“Yo aquí, me quedo”. Tenía 20 años recién cumplidos, llegaba de París, pero este lugar era diferente. Desde el principio, aluciné. Ahí estaba yo pisando la inmensidad de la Gran Manzana. Con tanta memoria cinematográfica era casi imposible no hacerse una idea de lo que iba a ser, pero pese a lo familiar que podría resultarme no me abandonó una extraña mezcla de ilusión y miedo.
Porque Nueva York es una ciudad que no deja nunca de sorprenderte y sobre la que tú misma te descubres. Una ciudad reveladora llena de olores que igual te invita a comer fastfood y a vivir la noche a tope que a hacer détox con zumos naturales, deporte con entrenadores personales, ir en bici por el West Side Highway, practicar yoga... New York, sí, llamémosle así... Es lo que tú quieres que sea.
Decidida, me decanté por la opción más saludable
No podía perder esa oportunidad. La ciudad me inspiró a buscar, indagar, estudiar y descubrir cómo vivir de una forma saludable en medio del estrés y el asfalto. Pude desengrasar la vida nómada que conlleva ser modelo, una vida que te obliga a estar mucho tiempo sola; deambulando por aeropuertos y tomando un sinfín de aviones.
Pese a todo, es en ese tiempo cuando aprendes a conocerte y a aceptarte, algo que para mí supuso el primer paso para aprender a cuidarme. Empecé a apuntarme a clases con entrenadores personales y a practicar kick boxing. Durante mis ratos en soledad leía sobre alimentación, suplementos vitamínicos, los beneficios del yoga que me estaba enamorando (el ashtanga) y las bondades de la meditación.
Parar para encontrarse
Me llamaba mucho la atención explorar esa nueva forma de vida, la idea de pensar en mí, cuidarme y fluir. En esta nueva etapa mis hábitos alimenticios cambiaron. Empecé añadiendo más fibra a mi dieta. Comiendo carbohidratos sin refinar (pasta integral, de espelta o de kamut, copos de avena, arroz integral y panes de cereales o de harinas integrales) y los zumos o batidos con toda la pulpa de la fruta. Mi energía mejoró. Tenía mucha más fuerza y resistía mejor las intensas clases de spinning a las siete de la mañana o de ashtanga en el centro Yivamukti.
Los resultados me animaban a seguir añadiendo nuevos hábitos e interesarme más y más por llevar una vida tan saludable y cercana a la llamada “higiene mental”.
Porque hay que calmar la mente
El cerebro siempre está tan activo, no para... ¡Necesita descansar!
Recuerdo que cuando empecé a viajar, me aislaba del equipo, aunque sólo fueran unos minutos para parar y, sencillamente, sentir. Me centraba en la respiración y el olor, el contacto del aire en mi cuerpo, pero nunca cerraba los ojos, no me quería perder los maravillosos paisajes. Ahora con menos viajes, la familia, mil proyectos entre manos y tanto trabajo no tengo tiempo para hallar ese lugar idílico de silencio. Pero me conformo felizmente con unos minutos antes de dormir y otros poquitos más al hacer yoga y, a veces, si me acuerdo, justo al despertar.
Presencia, sólo estar y calmar la vocecilla interna, para parar y respirar. Encontrarse. De eso se trata.
