El poder de resiliencia es una cuestión clave en el contexto de la enfermedad cardiovascular, la primera causa de mortalidad y de reducción de la calidad de vida en el mundo, siendo tal vez la enfermedad cuyo tratamiento es el de más alto coste en un gran número de países. Pero, ¿qué significa esta palabra anglosajona?
La resiliencia es la capacidad de sobreponernos a las contrariedades de manera continuada, y en nuestra sociedad urge que le prestemos atención y dedicación. Existen tres barreras fundamentales en torno a la falta de conducta social o individual que entorpecen la salud cardiovascular:
- Escasa conciencia para comprender el problema debido a una falta de educación y liderazgo.
- Falta de comunicación entre los diversos sectores de la salud, públicos y privados.
- Y a nivel más personal o individual, falta de responsabilidad, el pensar “a mí no me ocurrirá o que, si me ocurre, moriré repentinamente y no me enteraré”, reflexión muy lejana a la realidad.
Los principales factores de riesgo cardiovascular son siete: dos físicos –hipertensión arterial y obesidad–, dos químicos –niveles altos de colesterol y de glucosa en sangre–, dos acciones –tabaquismo y sedentarismo, y edad. En España, más de un 25% de la población adulta por encima de los 55 años presenta al menos dos de los factores de riesgo cardiovascular –a parte de la edad– y, de estos, un 25% sufrirá un infarto de miocardio o un infarto cerebral en los próximos diez años y un 75% en los próximos 30.
La clave fundamental para promover la salud cardiovascular en el adulto es la prioridad educativa en la infancia. Porque la falta de ejercicio físico y las dietas desequilibradas provocan obesidad en los niños, lo que eventualmente contribuye al aumento de la presión arterial, diabetes e hiperlipidemia en el adulto. La conducta de los niños, por tanto, condiciona en gran parte su conducta de adultos.
Es urgente potenciar la educación infantil, forjando conductas responsables en salud y en valores humanísticos
Si es fundamental la educación infantil para adquirir hábitos saludables, en las etapas más avanzadas de la vida hay que convencer al individuo de que modifique sustancialmente su estilo de vida y, de esa forma, reduzca su riesgo de sufrir un infarto de miocardio o un infarto cerebral y sus consecuencias. Y ello supone un reto: conseguir que los pacientes se adhieran a los tratamientos médicos preventivos es difícil incluso en los casos que ya han sufrido un infarto de miocardio o cerebral.
Estas deficiencias, que caracterizan a la sociedad adulta y consumista, nos obligan a penetrar científicamente en sus consecuencias con respecto a la capacidad cognitiva en las etapas más avanzadas de la vida, definiendo dos disfuncionalidades que conllevan un alto reto preventivo frente al Alzheimer.

Conocemos bien que la persistencia de uno o varios de los factores modificables de riesgo cardiovascular que afectan las grandes arterias y que podrían conducir a un infarto de miocardio o cerebral, tal vez pudiera también obstruir las pequeñas arterias cerebrales, contribuyendo a la enfermedad cerebral degenerativa senil y a la aceleración del Alzheimer.
Los mismos factores de riesgo, asociados a la conducta de los humanos en sociedades en las que la productividad está basada en la competitividad y el consumismo, afectan “en directo” al corazón y la mente. Es urgente potenciar la educación infantil, forjando conductas responsables en salud y en valores humanístico–éticos, para que el adulto este así mejor preparado para proteger el corazón y la mente, ambos esenciales para una vejez productiva.
Mi mensaje es claro: “The Power of Resilience”. Nunca hay que claudicar ante la dificultad y el obstáculo a corto o largo plazo. El futuro, tu bienestar, depende de ti. “Es urgente potenciar la educación infantil, forjando conductas responsables en salud y en valores humanísticos”.