En la vida, cada segundo cuenta. El tiempo avanza sin cesar y, sin darnos cuenta, pasa demasiado rápido. Y cuando se trata de accidentes del corazón o cerebrovasculares, todavía más. Ante estas circunstancias, la importancia recae en actuar lo más rápido posible. Centrándonos en los accidentes cerebrovasculares, también conocidos como ictus, al transcurrir los minutos se reducen las probabilidades de recuperación.
¿Qué es un ictus?
Se trata de una de las principales causas de muerte. Un accidente cerebrovascular es un trastorno de la circulación cerebral que afecta el órgano. Es decir, es una alteración que se produce al taponarse o romperse uno de los vasos sanguíneos que suministran sangre al cerebro. Y, en consecuencia, disminuye la capacidad del cerebro de realizar sus funciones. En función de cuánto se tarda en recuperar la circulación cerebral, las afectaciones son menores o mayores. Del mismo modo, contra antes se pongan manos a la obra los especialistas, más fácil será la recuperación de la funciones afectadas.
Tipos de ictus
Existen dos formas de que suceda un accidente cerebrovascular. La primera se conoce como infarto cerebral y está causada por la obstrucción del flujo sanguíneo de una arteria, hecho que hace que disminuya el riego sanguíneo en una de las partes del órgano. Mientras que la segunda, la hemorragia o derrame cerebral, se produce cuando se rompe una arteria.
Síntomas de un ictus
En ocasiones, previamente al accidente, podemos ser capaces de identificar los síntomas de aviso, aunque la duración de estos suele ser mínima. De repente, puede producirse una pérdida de visión en un ojo; dolor de cabeza muy intenso y sin motivo aparente; dificultad para hablar y entender a los demás; desaparición de la sensibilidad; aparición de hormigueos; desorientación; problemas de movilidad de las extremidades; o pérdida de fuerza en la mitad del cuerpo, desde la cara hasta las piernas. Ante cualquiera de estos síntomas, sean más o menos pasajeros, se debe acudir al hospital inmediatamente.
Factores de riesgo
Asimismo, existen factores de riesgo que deben tenerse en cuenta para prevenir y reducir el riesgo de sufrir un ictus. Entre los aspectos que debemos vigilar y controlar, encontramos: el sedentarismo, la obesidad, la diabetes mellitus, un aumento de la cantidad normal de colesterol en la sangre, la hipertensión arterial, las enfermedades del corazón y el consumo de alcohol, tabaco o drogas. Por lo que hace a la prevención, siempre es importante. Pero, sobretodo, a partir de lo 45 años.
¿Cómo reducir este riesgo?
La probabilidad de padecer un ictus puede disminuir si llevamos un estilo de vida saludable. Es decir, si nuestra alimentación es correcta y baja en grasas. Además, debe ir acompañada de ejercicio físico, el cual se desempeñe regularmente. Siguiendo esta línea, se tendría que dejar de fumar y limitar el consumo de alcohol. Paralelamente, es fundamental llevar un control del nivel de azúcar y colesterol en sangre, y adaptarse a ellos en lo que respecta a la alimentación.