Puede que tu madre te tuviera a los veintitantos. Y, que tu abuela, la tuviera a ella incluso antes de llegar a los veinte. Pero también puede que ambas fueran mujeres casadas a temprana edad, con un trabajo fijo y seguro para toda la vida o con un pacto marital para encargarse ellas en exclusiva de la crianza de los hijos. Si es así, lo más probable es que esa fuera la vida que ellas eligieron con convencimiento, con amor y con una entrega sincera hacia su familia, y a la que es probable que debas muchos de tus recuerdos felices de infancia.
Pero las cosas han cambiado. Hoy, aunque algunas mujeres deciden ser madres jóvenes, muchas otras nos encontramos con situaciones vitales que nos alejan de la maternidad. Para las millennials y algunas mujeres de la generación Z, aquellas nacidas entre mediados de los 80 y entrados los 90, las cosas en 2020 son muy distintas. Para nosotras, la maternidad ya no es el gran objetivo de nuestra vida o aquel condicionante sobre el que pivota todo el resto. Puede que nos imaginemos siendo madres algún día, pero que no tengamos pareja estable; que sigamos estudiando; que tengamos un trabajo prometedor en el que queramos poner toda nuestra energía y nuestro empeño; que no lo tengamos y que lo estemos buscando; que seamos deportistas de élite y que no queramos interrumpir nuestros años dorados ni nuestros sueños para ser mamás; que estemos siguiendo un tratamiento médico que nos impida quedarnos embarazadas; que padezcamos endometriosis u ovarios poliquísticos; que estemos disfrutando de unos años mágicos de libertad y juventud en los que prioricemos los viajes, el ocio y nuestra vida social; o, sencillamente, que no sepamos si querremos o no querremos tener un bebé algún día.
Pero, a la vez, el reloj biológico sigue avanzando en nuestro interior. Ese tic tac, tic tac, que todas sentimos como fondo sonoro y que la sociedad se encarga constantemente de recordarnos. Esa presión social que enciende una pequeña llama en nuestro interior y que nos recuerda que, a partir de los 35, las estadísticas nos dicen que la fertilidad de la mujer empieza a caer en picado.
Esa duda fundada de saber que, si estamos posponiendo conscientemente la decisión de tener un hijo para más adelante, para aquel momento ideal en el que ya hagamos cumplido nuestras metas, sean cuales sean, puede que ya no podamos porque ya no nos encontremos en edad fértil, porque nuestra reserva ovárica se haya agotado o porque tengamos distintos problemas de infertilidad que aparecen frecuentemente a partir de los 35. Entonces, ¿qué hacemos?
La congelación de óvulos como método de preservación de la fertilidad
Frente a este escenario aparentemente tan contradictorio, algunas mujeres deciden buscar un embarazo renunciando a sus prioridades por el miedo a no poder engendrar en un futuro. Otras, optan por la congelación de óvulos. Una técnica de preservación de la fertilidad que consiste en extraer y congelar óvulos de forma individual a mujeres en edad fértil con el fin de que, más adelante, puedan decidir descongelarlos, fertilizarlos y transferirlos a su útero como embriones, para así facilitar el embarazo en un momento en el que sería más difícil conseguirlo de manera natural.
Teniendo en cuenta que la esterilidad es seis veces más alta en mujeres que sobrepasan los 30 respecto a las que tienen 20, y que esta proporción se duplica a los 40, la idea de preservar la fertilidad a través de este proceso parece más que sensata. De hecho, la congelación de óvulos es un procedimiento terapéutico que está aumentando año tras año en Europa, y que está muy indicada en determinados casos, ya que permite mantener una buena calidad ovárica para utilizarla en un futuro, en el momento oportuno, sin hacer disminuir las posibilidades de concebir de forma natural si se desea.
De entre los distintos tratamientos de reproducción humana que existen, podríamos decir que la congelación de óvulos es el más preventivo, ya que se inicia en un momento en el que la mujer no tiene problemas de fertilidad y en el que, probablemente, podría concebir sin dificultad. Una situación que va cambiando a medida que transcurren los años, que nuestro sistema reproductor y los óvulos de la mujer van envejeciendo y que, si no se previene, puede llevar a muchas parejas a un largo proceso de búsqueda de una concepción que no llega, con toda la frustración y la ansiedad que esto pueda acarrear.
Ganada la batalla de la píldora anticonceptiva que ha permitido a millones de mujeres disfrutar de las relaciones sexuales evitando a la vez un embarazo no deseado, ahora nuestra lucha pasa por elegir nuestro momento de ser madres sin sucumbir a las presiones sociales ni renunciar al resto de proyectos que forman parte de nuestras vidas.