Enfermedades relacionadas con la alimentación como la obesidad afectan directamente a la salud mental de los pacientes. ¿Por qué? Son enfermedades asociadas a Trastornos del Estado de Ánimo y de Ansiedad.
Por esa razón, la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR) insiste en la colaboración multidisciplinar dentro del propio Sistema Nacional de Salud como elemento clave y fundamental para tratar correctamente a los pacientes con este tipo de patologías.
Algo que, hasta ahora, no sucede. Y es que, aunque existe un aumento notable de los casos de obesidad en tratamiento en el país, no en todos los casos la Sanidad pública deriva a los pacientes de la especialidad de endocrinología a la de psicología clínica, algo necesario para prevenir y tratar correctamente y convenientemente la patología.
Intervenciones psicológicas
Las principales guías de práctica clínica en el tratamiento de la obesidad recomiendan incluir intervenciones psicológicas en el abordaje integral y multidisciplinar de las personas con sobrepeso y obesidad. En palabras de Miriam Félix, psicóloga clínica, Doctora por la UCM y experta en Trastornos Alimentarios y Obesidad, “el papel del psicólogo clínico es doble. Por un lado, permite a la persona entender cuáles son los factores psicológicos que le pueden llevar a comer de manera inadecuada y ayudarle a modificarlos, y por otro colabora con otros profesionales sanitarios para facilitar la comprensión de la conducta humana y optimizar las pautas terapéuticas y, con ellas, los cambios de conducta”.
Es imprescindible el abordaje terapéutico de los factores psicológicos para lograr cambios significativos y duraderos
La Doctora insiste: “cada vez son más los estudios que señalan a los factores psicológicos como los causantes de la resistencia al cambio de hábitos de alimentación y ejercicio en personas con obesidad”. Precisamente por esta razón, la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes considera imprescindible el abordaje terapéutico de los factores psicológicos para lograr cambios significativos y duraderos. Todo ello, por supuesto, sin olvidar el resto de tratamientos necesarios de otras disciplinas.
La pandemia silenciosa
La obesidad y sobrepeso se definen por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como “una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud y supone un factor de riesgo para numerosas enfermedades crónicas”, incluyendo la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
Dicha organización ha alertado de un grave problema que, opacado por la actual pandemia, estamos pasando por alto: la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, hasta el punto en que cada año mueren alrededor de 2,8 millones de personas por esta enfermedad.
España es uno de los países más afectados: en datos de la última Encuesta Nacional de Salud (MSCBS, 2017), en la población adulta española la prevalencia de la obesidad estaba en el 17%, mientras que el sobrepeso ascendía al 37%.
¿Y en menores? Desgraciadamente, estos valores todavía son más preocupantes y alarmantes entre los más jóvenes. El 10,3% de los españoles de entre 2 y 17 años padece obesidad, y el 28,26% tiene sobrepeso, lo que convierten España en el cuarto país europeo de mayor prevalencia de obesidad entre la población joven.
Factor de riesgo frente a la COVID-19
Nunca viene mal recordar que la obesidad es el principal factor de mal pronóstico en la infección por COVID-19. Durante los meses de confinamiento y a lo largo de este período marcado por la pandemia, se ha podido observar un incremento de la obesidad entre la población, claramente producido por el sedentarismo del confinamiento y el aumento de situaciones de estrés y ansiedad, que han generado que muchas personas aumenten su ingesta de alimentos.
Según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), el porcentaje de españoles que aumentaron de peso durante el confinamiento asciende al 44%.
Además, a día de hoy hay evidencias que apuntan a que algunos factores relacionados con la obesidad suponen un mayor riesgo de infección por coronavirus, de hospitalización y, en general, de mayor gravedad respecto a las personas con un peso recomendado.