La mayoría de personas no piensa demasiado en la respiración. Se trata de un movimiento automático y sencillo, prácticamente imperceptible, que nos mantiene con vida. Para los 210 millones de personas que padecen la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) en el mundo, cada inspiración cuenta y “vivir con aire” se convierte en un reto diario.
La EPOC es poco conocida entre la población en general, a pesar de su alta incidencia con cerca de 1,5 millones de afectados en España, y clásicamente se ha asociado a los hombres. Si bien es cierto que actualmente la prevalencia de la patología es algo más elevada en el género masculino (el 54% de los afectados son hombres), es importante tener en cuenta que las mujeres tienen menos probabilidades de ser diagnosticadas correcta y tempranamente, hecho que puede llegar a sesgar sensiblemente las estadísticas.
Este infradiagnóstico podría deberse en gran parte a que en general las mujeres son menos conscientes de sus dolencias ya que tradicionalmente han asumido el rol de “cuidadoras”6 y tienden a prestar más atención a la salud de los demás.
Hay que recordar que el grado de tabaquismo, principal causa de la EPOC, ha aumentado de forma exponencial en las mujeres en los últimos 30 años, y aquellas que comenzaron a fumar hace algunas décadas hoy conforman un grupo de alto riesgo. Por este motivo se hace necesario concienciar y sensibilizar a la sociedad sobre los efectos e implicaciones de esta patología en la población femenina así como fomentar su correcto y temprano diagnóstico para iniciar el tratamiento cuanto antes y mantener los síntomas bajo control.
El impacto de la EPOC en la mujer
Las mujeres suponen un segmento bastante complejo en cuanto al impacto de la EPOC. Los datos existentes indican que presentan una mayor afectación de su calidad de vida relacionada con la salud.
A nivel físico, los síntomas se manifiestan de forma más pronunciada en ellas, que llegan a experimentar un 25% más de agudizaciones o empeoramiento de la EPOC que los hombres. Estos episodios, junto a la hiperreactividad bronquial, agudizan los efectos de la enfermedad y están directamente ligados a las causas de mortalidad. Además, algunas enfermedades como el asma, la osteoporosis o la artritis aparecen más frecuentemente en las mujeres con EPOC.
En cuanto al impacto no fisiológico, se ha demostrado que las mujeres con EPOC presentan una mayor tendencia que los hombres al desarrollo de patologías psicológicas asociadas como la ansiedad y la depresión. En este aspecto entra en juego la mayor dificultad que tienen ellas a la hora de dejar de fumar, ya que los niveles de estrés generados por el síndrome de abstinencia son más intensos y repercuten muy negativamente en sus hábitos de vida: calidad del sueño, alimentación, realización de ejercicio, etc. A este componente se suma la preocupación por la imagen y el miedo a engordar, que obstaculiza todavía más el abandono del tabaquismo e incrementa el riesgo de recaídas.
Por otro lado, las limitaciones que acarrean los síntomas de la enfermedad, como la sensación de ahogo, el cansancio progresivo y los ataques de tos, hacen que ellas se sientan más inseguras a la hora de relacionarse y realizar cualquier tipo de actividad, incrementándose los niveles de ansiedad. Estos efectos también afectan a la hora de desempeñar sus funciones laborales, de hecho, entre el 20% y el 40% de los pacientes con EPOC se jubila de forma prematura.
Un abordaje personalizado
El principal reto que existe en cuanto al abordaje de la EPOC en las mujeres es lograr que aceleren la consulta al médico, ya que una vez son diagnosticadas y tratadas eficientemente, presentan una supervivencia superior que los varones y una evolución positiva. Por el contrario, los casos en los que las mujeres han necesitado cuidados más exhaustivos por el avanzado estado de la enfermedad, donde los episodios agudos han sido más graves, su respuesta es inferior y aumenta su mortalidad.
Una vez se ha dado este primer paso, es el médico quien establecerá el diagnóstico de la forma más temprana y precisa posible, utilizando cuestionarios basados en los síntomas y realizando una espirometría para eliminar el sesgo del género. Asimismo, el profesional debe mantener firmeza y seguridad a la hora de comunicar el diagnóstico, manifestando de forma clara las serias implicaciones que conlleva la enfermedad.
Para que la adherencia al tratamiento sea sólida, es importante que el médico comprenda y analice individualmente cada caso, teniendo en cuenta las patologías específicas de las mujeres, y el mayor esfuerzo que les supone el dejar de fumar. Así se podrá plantear un plan de acción personalizado que garantice el compromiso de la paciente y reduzca el riesgo de aparición de agudizaciones.
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