Si nos atendemos a un criterio simplemente temporal, resulta que la primera etapa de la vida de la mujer desde que nace hasta que termina la adolescencia ocupa 20 años.
La plenitud física y la función reproductiva se sitúa entre los 21 y 43 años, es decir, tiene una duración de aproximadamente 23 años y la siguiente etapa, la menopáusica, tiene una duración mucho más larga, de aproximadamente unos 45 años. Es, por tanto, la etapa más larga de la vida de la mujer.
La industria y el comercio nos inundan con modelos nada representativos de la mujer que envejece
Sin embargo, la industria y el comercio, vendedores de juventud, belleza y otros atributos corporales, inundan la publicidad con modelos esculturales, en nada representativo de la mujer que envejece.
La etapa menopáusica es una demostración más de la discriminación que la mujer padece y el adjetivo “menopáusica” suele tratarse con sentido peyorativo. Si el jefe de una empresa tiene un pronto histérico y pierde los papeles ante sus subordinados se trata de una demostración de mando aceptada. Si es la jefa en edad menopáusica, exclamarán bastante gozosamente que es una “histérica menopáusica”.
Una frase que todavía se oye en la consulta ginecológica y que provoca mi indignación es la del acompañante masculino de la paciente que, con humildad y a veces vergüenza, expone sus dificultades sexuales y al cretino acompañante no se le ocurre nada mejor que soltar el consabido: “¿Doctor no sería mejor que la cambiara por dos de 25 años?”. Sin comentarios ante tanta estupidez.
Sexualidad, soledad y menopausia
La sexualidad en esta etapa de la mujer no desaparece, sino que tiene diferentes sensibilidades. La pareja que envejece con amor sabe perfectamente adaptarse y disfrutar de aspectos de la vida de los mayores muy gratificantes. El hombre que se crea dominador de la sociedad por su género, deberá reflexionar que la enfermedad, en la vejez, nos iguala inexorablemente, y es un hecho constatable que cualquier persona dependiente tendrá con mucha mayor seguridad una mano femenina que le ayude y le comprenda, que no una masculina.
Esta inestimable solidaridad femenina es también un arma de doble filo para la mujer.
Son tantas las que han renunciado a la profesión para crear y mantener un hogar –que sin su ayuda se desmoronaba– que resulta injusto que en su vejez el pago que reciban sea la soledad.
Es cierto que en la actualidad es difícil compaginar el horario laboral con el cuidado de los hijos y, por lo tanto, una carga más, representada por “los abuelos” es difícil de asumir. Puedo asegurar que la mujer en su etapa menopáusica, en muchísimas ocasiones, está también cuidando a sus mayores con una abnegación y dedicación que, por su deseo de ofrecer lo mejor para los más débiles, le causan un importante estrés.
La vejez no necesita tantos ansiolíticos, antidepresivos o psicofármacos, sino calor humano
No quiero pensar que el abandono de nuestros mayores sea un signo más de una sociedad cuya decadencia es irremediable.