1. Más que madrugar, ir al gimnasio por las mañanas y menos por las tardes. A veces pienso que se cumple esa idílica imagen en la que suena el despertador, te levantas con energía y sales disparada para completar una sesión de fitness provechosa. Nada más lejos de la realidad. La vida no es un anuncio de Nike, Adidas, Reebok o una cuenta de alguna fitstagramer (a las que admiro y envidio por igual). Me cuesta horrores ser la primera pese a que no me cueste tanto madrugar. El ser humano es pura contradicción (qué humana soy...).
Así que mi primer propósito de 2017 es empezar por introducir ese cambio los fines de semana. Sí, los fines de semana. Porque a estoica no me gana nadie, y porque así no sentiré que voy a contrarreloj para llegar a redacción. Tendré todo el día por delante. A quien madruga dios le ayuda, como dicen las madres.
Pensando en las próximas vacaciones
2. Lo del gimnasio matutino (propósito 1 y algo tópico, lo reconozco) no es una cuestión de pereza. Lo juro. Es porque disfruto el ritual del desayuno al que me entrego nada más salir de la cama. Del momento café + tostada + radio no quiero escapar y creo que, junto con la cena, es lo mejor de mi día. Planeo la jornada, pienso y repienso (a veces me pierdo, dormida, con el café) y me encanta saber qué ha pasado en el mundo. Así que tras esta introducción, voy a por mi verdadero propósito número 2: que mis desayunos sean más variados. Opto, muchas veces, por el dulce y creo que el aceite de oliva debería gobernar mi tostada mañanera. Lo siento, el aguacate lo dejo para la comida o para las fotos de las foodies de Instagram. No necesito desayunarlo para comerlo. Mi frutero da fe de ello.
3. Que hablar en público sea, para mí, un disfrute. Propositazo. Eso hace que confiese que esto no es, precisamente, motivo de alegría. Leyendo el último libro de Marta Robles descubrí su inseguridad y también la de muchos otros periodistas y escritores como Rosa Montero que, en el libro de Robles, aseguraba que durante años lo ha pasado mal cuando ha tenido que hablar ante un generoso cuórum. Sin ánimo de compararme con ellas, tan solo espero que esos nervios se templen. Mucho me temo que la práctica que se avecina en 2017 y algún que otro manual de las editoriales Deusto o Gestión 2000 hará que así sea.
Sonríe, eso siempre puede ayudarte
4. Engancharse a una serie que nadie, nadie, nadie esté viendo. Cosa difícil, porque son muchos los seriéfilos que me rodean, pero serlo más que otros te hace especialmente interesante a ojos de los demás (todos necesitamos esa dosis de presunción, que no de inocencia). No diré que The Crown me tenga encandilada, como American Crime Story y Ray Donovan, o que esté esperando, con ganas, la segunda temporada de Stranger Things. Momento sofá y "oooooh-qué buena es-cómo me gusta-¿nos hacemos otro capítulo?" espero y deseo que perduren en el año próximo.
5. Leer, por fin, la extraordinaria biografía Virginia Wolf. La vida por escrito (Taurus), que supone una prueba de resistencia para la estantería de mi estudio. La compré este año y la empecé, pero por su copiosidad y otras lecturas de trabajo imprescindibles (sí, excusas), terminé dejándola en la mesita de noche, en el sofá, en la cama, en el bolso, en la mochila y en la estantería. Y vuelta a empezar. Ayer me la miraba, y confieso haberla empezado. Mi objetivo es combinarla con otros libros. La lista es larga. Me aguardan también otra biografía de la reina María Estuardo, escrita por Stefan Zweig; Ellas, de Ángeles Caso y Mi dieta cojea, de Aitor Sánchez. Y lo último de Joël Dicker en el iPhone. *Mañana la lista puede ser más larga.
Envidia sana
6. Incluir muchos más vegetales y menos animales en mi dieta diaria. No comer más sano, comer menos insano. Todo esto no es idea mía, lo saco del nutricionista Julio Basulto, cuyos conocimientos y hábil forma de divulgarlos ha hecho que vaya al supermercado con otros ojos y plantee mis platos de otra manera. Realmente cada vez como menos carne, menos alimentos procesados, menos comida preparada, he desterrado los refrescos y soy capaz de controlar la gula en el 99% de los casos... Y eso me hace sentir mejor. El otro 1% lo dejo para celebraciones varias.
A repartir en varios días (y sin beicon), que no cunda el pánico
7. Conseguir aplicarme crema hidratante a diario y no faltar a la mascarilla semanal. Está feo decirlo, pero los rituales de belleza me cuestan tanto como renunciar al primer café con leche. Los cumplo casi siempre, porque cuando no lo hago, al día siguiente, me fríen los remordimientos. Así que en 2017 no tengo escapatoria o mi piel y cabeza se resentirán. La arruga es bella hasta cierto punto. Seguro que nuestra experta en belleza Salomé García opina lo mismo.
Venga, no es tan difícil
8. Escribir ese libro. O escribir más a menudo lo que me apetece. En realidad, tengo ganas de ponerle voz a algunos personajes, a las anotaciones que acumulo en cuadernos, agendas y pos-its o a las ideas que se me ocurren cuando estoy en la ducha (a todos nos pasa). El escritor y colaborador de la revista Francesc Miralles me ha asegurado que tocando el piano conseguiré tres cosas a la vez: aprenderé una canción, superaré esos bloqueos y consultaré más el diccionario. Miralles, lo prometido es deuda.
9. Sacarme el maldito carné de coche. Y digo maldito porque intuyo que conduciría bien, pero no me atrevo del todo, y termino cayendo en un bucle de quiero y no puedo. En resumen, un bucle maldito de excusas del tipo "no lo necesito porque vivo en ciudad" (falacia 1) o "estas cosas tienes que sacártelas a los 18 años porque es cuando te lo pagan los padres" (falacia 2). Creo que mi hermano podría ayudarme a superarlo. Incluso mis sobrinos veinteañeros. Todos con carné, claro. Menos yo.
Lo máximo que hecho en el asiento del conductor (y que se pueda contar)
10. No permitir actos de micro o macro machismo a mi alrededor. Ya sea un achuchón inesperado o frases llenas de paternalismo en un entorno no familiar. Más claro, agua. ¿Cómo hacerlo? Alzando la voz serena y educadamente. Así de simple y así de difícil muchas veces.
Algunos besos, en la distancia, siempre son mejor
11. Siguiendo con la cuota de propósitos feministas... Seguro que muchas veces os han contado cosas que ya sabíais, en plan, "venga, va, te comento porque seguro que tú no tienes ni idea, niña [de 37 tacos, en mi caso]" y habéis aguantado la perorata condescentiente con la cara más afable posible. A esta tendencia de algunos hombres versus a las mujeres se le llama mansplaining. Y me lo ha recordado la periodista Begoña Gómez Urzaiz en uno de sus recientes artículos para SModa. Digámosles, pues, que ya sabemos de qué va el tema y quedémonos tan anchas. Bastante tenemos ya con el cuñadismo ilustrado.
12. Llevarme de cena o de comida a mis padres más a menudo. Y que vengan a casa y lo des todo en la cocina preparando los más dignos manjares, no cuenta. La última vez que lo hice compartimos un momento mágico. Creo que a los padres hay que cuidarlos también de otra manera, sobre todo, cuando son veteranos. Porque por entonces también les siguen encantado descubrir cosas nuevas. La curiosidad no es una cuestión de edad, es de actitud. Y los regalos no han de ser siempre estrictamente materiales. Puedes zampártelos cual experiencia porque hay paellas que te llenan el alma de alegría. Probemos cosas nuevas con ellos. Son capaces de sorprenderte, y mucho.
12 + 1. Pasar más tiempo con quien quiero. Por elección. Y que el tiempo sea de calidad (bye, bye, iPhone). Son las relaciones personales lo que verdaderamente nos hace felices, sumando una soledad elegida y plena. Otra de las contradicciones del ser humano. Si tu autoestima está bien, puedes soportarte, y es bueno dejar de ser hija, hermana, amiga, pareja, madre, sobrina, tía, periodista, dependienta o peluquera... para conectar contigo. Y estando así de bien, podrás estar la mar de bien con los demás. Porque también "me gusta escuchar el silencio", como dice Katia Klein en su libro de ilustraciones, Llámame rara (Zenith). Y sí, como ella, quiero más a mi perro que a mi tío que vive en (digámosle) Cuenca. Llamadme rara, pues.