En España, el agua Solán de Cabras, que se encuentra en la Villa de Beteta, en Cuenca, ha sido famosa por sus propiedades curativas. De hecho, desde el siglo XVIII el manantial cuenta con el reconocimiento oficial de agua mineromedicinal y a él se acercaron reyes y alta sociedad en busca de alivio para sus males. Hoy se aprecia por ser un agua embotellada de gran calidad y pureza.
Otro lugar que aún hoy constituye un lugar de peregrinación por las apariciones marianas es el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, en el Pirineo Francés, un lugar de donde emerge un agua potable similar a otras de la región pero que la leyenda le ha querido atribuir propiedades curativas.
En Alemania, a algunos kilómetros de Düsseldorf, en Nordenaou, emerge de una mina de pizarra un agua a la que también se le atribuyen propiedades curativas por su gran pureza y su liviandad, ya que pesa un ocho por ciento menos que el agua común. Esta gruta se ha convertido en el Lourdes alemán.
En México, en concreto en Tlacote, encontramos otras aguas muy veneradas de las que se dice que pueden curar enfermedades infecciosas, cáncer, obesidad o ayudar a controlar el colesterol. La fama sobrevino cuando el dueño del rancho donde se encuentra este manantial afirmó que su perro y otros trabajadores del lugar se curaron cuando la probaron.
De los pozos abandonados de Nadana, una pequeña población situada India, brotó espontáneamente agua que, según sus habitantes, curó de enfermedades dermatológicas a aquellos que se bañaron en ella. Hoy también constituye un lugar de culto para los visitantes.
Leyendas aparte, lo cierto es que el agua relaja cuerpo y mente y todos nos beneficiamos de ella cuando hemos utilizado la ducha como remedio terapéutico para resarcirnos de una dura jornada laboral, cuando llenamos una bañera de agua caliente para apaciguar los demonios de nuestra mente, cuando aliviamos la fiebre con una toalla empapada o incluso cuando bebemos un vaso para calmar la ansiedad.
Cinco aguas curativas en el mundo
El ser humano se ha relacionado con el agua de una forma casi mística. Nuestros antepasados ya le oficiaban un gran respeto por su capacidad de aparecer y desaparecer de la tierra. De esta relación nació la creencia de que algunas fuentes poseían poderes curativos y se sacralizaron.
