El colecho, es decir, el compartir el lugar de descanso con los hijos, fue durante mucho tiempo una práctica habitual. No ha sido hasta los últimos ciento cincuenta años, con el enriquecimiento económico de las sociedades occidentales, cuando las familias han podido permitirse tener cuartos separados para padres e hijos.
Sin embargo, cada vez son más los que deciden volver adoptar esa práctica ancestral. Los motivos esgrimidos hacen referencia a que el hecho de dormir con los padres da seguridad al niño y además facilita la lactancia, pues la madre no necesita levantarse para amamantar al bebé. Para los defensores del colecho, compartir cama aumenta el apego entre padres e hijos y la proximidad física permite que los padres puedan responder al instante a las necesidades del pequeño. Para sus detractores, el colecho es un factor de que los niños sean más dependientes y además afecta a la intimidad de la pareja.
El colecho está desaconsejado en caso de que alguno de los padres haya consumido alcohol o drogas, esté bajo los efectos de un medicamento que provoque un sueño muy profundo o sufra de obesidad mórbida. UNICEF recomienda, además, que el colchón sea rígido, que no haya cojines y almohadas que puedan cubrir el rostro del bebé, que duerma hacia arriba, asegurarse de que no pueda caerse de la cama ni quedar atrapado entre la cama y la pared y ajustar bien las sábanas y las mantas para que no puedan cubrirle la cabeza. Una buena opción si queremos practicar colecho con bebés pequeños en total seguridad es optar por una cuna sidecar, es decir, una cuna adosada a la cama de los padres y de la que se han extraído los barrotes de uno de los lados. Así, el bebé tiene su propio espacio pero está pegado al lecho de los padres, facilitando así también la lactancia.
En cualquier caso, la práctica o no de colecho y hasta qué edad debe llevarse a cabo es una decisión personal de los padres, siempre teniendo en cuenta las necesidades y la seguridad del niño.
Colecho, compartir el descanso
Dormir con los hijos ha sido lo más común durante generaciones. Una práctica que hoy se está recuperando, aunque exige ciertas precauciones.
