En el siglo XVIII, algo sorprendente ocurrió a lo largo y ancho de Europa respecto a la condición femenina: la apertura de las mentes que la Ilustración se empeñó en expandir, benefició a numerosas mujeres que pudieron permitirse desarrollar libremente sus talentos en diversas actividades creativas o intelectuales. Fue un tiempo en el que las clases privilegiadas, nobleza y burguesía, aceptaron con cierta normalidad que las jóvenes estudiasen (aunque siempre en privado) y en el que algunas se atrevieron incluso a jugar un cierto papel en la vida pública.
Una de las damas que aprovechó con más entusiasmo esos nuevos aires fue Émilie Le Tonnelier de Breteuil, marquesa de Châtelet, que llegó a ser una matemática y física muy admirada y respetada. Émilie había nacido en París en 1706, en una familia de la aristocracia, y tuvo la suerte de que su padre decidiera darle una magnífica educación privada, muy superior a la de la mayoría de las niñas de su tiempo. Sin embargo, parecía que la joven noble iba a llevar la vida habitual en su círculo social: a los diecinueve años se casó con el marqués de Châtelet y se acostumbró a la existencia lujosa y frívola de los palacios franceses, entre bailes y fiestas, representaciones de ópera en las que ella misma cantaba y muchas noches dedicadas al juego de cartas, que causaba furor entre la nobleza y en el que solían moverse grandes cantidades de dinero. Émilie se divertía, pero aquello no satisfacía su vocación más profunda. Tras dar a luz a tres hijos, abandonó en buena medida la vida social para concentrarse en sus largos y difíciles estudios de matemáticas y física. Fue en esa época cuando conoció al filósofo Voltaire, que se enamoró loca- mente de ella. La marquesa ya había tenido diversos amantes, algo bastante normal en la Francia del momento. Pero la relación con Voltaire fue mucho más que una aventura: sin que al marido pareciera importarle demasiado, se fuern a vivir juntos al château de Cirey, y allí, durante 15 años, se dedicaron codo a codo a estudiar, investigar y escribir.
La marquesa de Châtelet publicó diversas obras científicas y filosóficas y realizó una traducción fundamental para la ciencia francesa, la de los Principios de Newton. Buena parte de los sabios europeos le mostraron su admiración, encabezados por el propio Voltaire, que siempre reconoció y apoyó la inteligencia y la claridad de mente de su amante, a la que él llamaba su “esposa”. Aunque, por supuesto, nunca le faltaron las críticas envenenadas por lo que muchos consideraban simples excentricidades. La relación sentimental entre Émilie y Voltaire duró quince años, pero después de su ruptura siguieron siendo íntimos amigos y protegiéndose el uno al otro. Incluso cuando la marquesa, cercana ya a los cuarenta años –una edad avanzada para la época–, se enamoró como una adolescente de otro ilustrado, el militar y poeta Jean-François de Saint-Lambert, que era diez años más joven que ella. La generosidad de Voltaire fue tan grande que nunca hizo la menor mención al asunto y mantuvo una estrecha amistad también con el nuevo amante de Émilie.
Pero aquel amor tardío le costó la vida: embarazada a los 43 años, la marquesa falleció seis días después de dar a luz a una niña que tampoco logró sobrevivir. Saint-Lambert y Voltaire cuidaron juntos hasta el último momento a esa mujer asombrosa que tuvo el valor de llevar la vida que realmente quiso llevar.
ILUSTRACIÓN: JUDIT GARCÍA-TALAVERA