Los primeros siete años de vida de un niño son vitales para su correcto desarrollo porque es la época en que la estimulación temprana se convierte en una inversión de futuro. Un bebé estimulado será un niño despierto, un joven alegre y un adulto con ilusión por vivir la vida y participar en la sociedad.
Para ello los padres deben procurar a sus hijos el afecto que necesitan. Su capacidad y aptitud para ofrecer cosas nuevas al bebé constituyen los cimientos sobre los que se sostendrá la personalidad de los hijos.
Son tres los factores que contribuyen al desarrollo cerebral: el código genético heredado, la educación recibida y el grado de las conexiones entre neuronas, que terminan su construcción de circuitos a partir de los siete años.
La estimulación temprana comienza antes de que nazca el bebé y se extiende hasta los dos años. Durante este período se enseña a los padres las técnicas y actividades que permitirán desarrollar al máximo las capacidades físicas, sociales y emocionales del niño. Estas son las distintas fases:
- Primero se enseña a las futuras mamás como comunicarse con el bebé desde su primer minuto de vida. Se aprende a estimular el sentido auditivo del feto con música y el de la vista a partir de cambios bruscos de luz.
- En los bebés de 0 a 3 meses se estimula el sentido del tacto y la motrocidad mediante masajes que contribuyen a que el pequeño tome conciencia de las distintas partes de su cuerpo.
- A partir del sexto mes se enseña a los pequeños a caminar, sentarse y finalmente a correr.
- A los más mayores se les estimula el desarrollo de su creatividad a través de la pintura, el dibujo y la música, con canciones pedagógicas.
Estos programas no sólo benefician el crecimiento físico y mental del bebé, además crean un vínculo padre-hijo fortaleciendo su relación afectiva. Los padres toman conciencia que el aprendizaje es más que un mero contacto físico con su hijo, porque también depende de la relación afectiva que tengan con ellos y eso les ayuda a mantener un lazo afectivo de por vida.