El ser humano es el más extraordinario de todos cuantos diseños existen. Un asombroso proyecto con una función muy poco clara. ¿Qué pasaría si nuestra existencia, desde el momento del nacimiento hasta el día de la muerte, hubiese sido esbozada para un propósito específico? Un propósito del que podemos ignorar incluso su propia existencia o del que podemos ser conscientes y decidir alcanzar.
Todo en esta vida, hasta las acciones o hechos más nimios, tiene una función y un claro sentido. Observemos, por un momento, los quehaceres realizados en la vida cotidiana. Responden, sin excepción, a un propósito. De una persona que sabe lo que hace y traza una línea de estrategia en pos de sus objetivos decimos que tiene sentido de propósito.
¿Cómo entonces, es posible que muchos queden con la mente totalmente en blanco y desprovista de respuestas cuando son interpelados sobre el sentido de sus vidas? ¿Cómo es posible que tan solo la muerte de un ser querido o un acontecimiento vital de difícil comprensión nos lleve a interrogarnos –y sólo a veces- acerca de tan esencial cuestión? ¿Qué sería de muchos de nosotros si ahí residiera el elixir de la vida? ¿Qué pasaría si conocer el propósito de ese diseño dotara de sentido nuestra biografía y nos ayudara a encontrar la fuente de la verdadera satisfacción?
Contribuir a los demás, el sentido de la vida
De forma tenazmente redundante, los resultados de los estudios e investigaciones procedentes de muy diversos ámbitos confirman que el verdadero y profundo sentido de la vida pasa por alguna forma de contribución a los demás más allá de las propias necesidades.
Cloé Madanes y sus seis necesidades humanas o la archiconocida pirámide de Abraham Maslow, por señalar dos destacados ejemplos, la identifican como la mayor fuente de autorrealización por cuanto la naturaleza del ser humano está intensamente vinculada al hecho de dar sin recibir a cambio. Y ¿qué es la contribución sino la vocación de servir a los demás?

A lo largo de nuestra vida todos nos hemos encontrado con personas amables procedentes de todo tipo de oficios y profesiones que hacen todo lo posible para buscar solucionar nuestros problemas y cubrir nuestras necesidades. Y, aunque a veces no lo consigan, nos generan una satisfacción interior convencidos de que han hecho todo lo posible. Pero, sin duda, también todos hemos conocido quienes, pese a que no les falte destreza y capacidad profesional, te dejan con la sensación de estar molestando en todo momento. El trabajo es el entorno de servicio por excelencia. El trabajo mismo es rendir servicio, cualquiera que sea nuestro cometido.
Me expliaba una amiga que hace algún tiempo le había surgido un viaje profesional importante y con ello la necesidad de pasar por la peluquería en domingo. Sin demasiadas expectativas había llamado a su peluquera, quien después de escuchar la explicación, había respondido, sin titubear, con un “¿A qué hora te va bien?” pese a no tratarse de una clienta asidua. Me pregunto si mi amiga será capaz algún día de cambiar de peluquería después de tan generoso acto de servicio.
Hay muchas personas que diariamente nos prestan una multitud de pequeños servicios y que nos ayudan a tener una vida más grata y feliz. A menudo se trata de pequeños gestos de proximidad que traslucen la actitud de interés por las cosas que les pasan a los demás, como una mirada amable, un saludo cariñoso o un agradecimiento sincero.
Servir y amar, conceptos muy relacionados
Los actos de servicio por parte de importantes personajes de la historia generan, efectivamente, un impacto en las vidas ajenas incluso hasta el punto de renunciar heroicamente, muchos de ellos, a sus propios gustos y comodidades por el bien común. Todo apunta a que caminar por el sendero del servicio no es más que el reflejo de ese poder de atracción que es nuestra capacidad de amar.
Amar y servir es un binomio difícil de romper, ya que servir es la materialización concreta del amor que profesamos hacia nuestros semejantes. Esta es, sin duda, la razón por la que observamos una paz y alegría profundas en las personas que viven con esta actitud. Parece, pues, que una de las claves de la felicidad está condicionada por nuestra disposición al servicio, que es todo ello que dota de sentido la vida.

Predicar con el ejemplo, lo más importante
No obstante, el espíritu de servicio no se nos infunde por inspiración divina por más que suponga un potencial de todo ser humano. Como cualquier otro potencial debe trabajarse, desarrollarse y traducirse en acciones como resultado de un esfuerzo sostenido en el tiempo a base de repetidos y constantes actos en este sentido, ya sea en el ámbito familiar, laboral o en cualesquiera relaciones que establezcamos.
Nuestros niños y jóvenes deberían recibir este tipo de actitudes desde la leche materna y ser entrenados a través del ejemplo que reciben de los adultos, así como de la capacitación. No quedan, pues, exentos de esta responsabilidad la diversidad de personas que forman parte de nuestra comunidad y entorno en tanto que, como ejemplos a seguir, ejercen una influencia de vital relevancia en dar forma al carácter. Ser testigos de muestras de servicio desinteresadas por parte de desconocidos tiene un poder de valor inestimable en nuestro proceso de crecimiento personal.
Hace años un paciente me explicó lo mucho que le había impactado un episodio de su vida que él consideraba que había supuesto un vuelco radical en el funcionamiento de la empresa familiar que dirigía. Me relató que habían viajado a la India en familia, con su hijo de tres años. Al bajar del avión, el bebé estaba muy inquieto y lloraba porque el cansancio del viaje y el hambre habían hecho mella en su pequeño ser. Cuando la familia entró en el hotel donde tenían su reserva, y mientras el bebé continuaba llorando, la persona que les atendió les indicó que podían subir a la habitación, que se les llevarían sus maletas y que más tarde podrían formalizar la inscripción.
Les acompañaron a su habitación y al entrar en ella encontraron un termo de leche caliente y galletas para el pequeño. Sorprendidos preguntaron al botones que cómo habían sabido de su apuro. A lo que él respondió que el conductor del taxi, al percatarse del problema, había llamado al hotel diciendo “bebé cansado, bebé hambriento” para que ellos dispusieran lo necesario para la ocasión. El hombre continuó diciéndome que al interesarse por el taxista para darle las gracias, descubrieron lo más sorprendente de la historia, y es que el hombre ni siquiera formaba parte del personal del hotel.
Ser servicial se aprende sirviendo y esta es la única manera de saborear el dulce sabor y la satisfacción de hacer sentir bien a otro. Una vez vivida la experiencia pocas cosas pueden forjar en nosotros la sensación de conectar con tal intensidad con el propósito de nuestra esencia más íntima. Las fugaces horas de la vida del hombre pasan rápidamente. Mas aquello que permanece y perdura en el tiempo es el fruto de la servidumbre a través del recuerdo que se perpetúa en la memoria de las personas que nos rodean.