Cuando apareció en Hollywood en 1938, la publicidad de su estudio dijo de ella que era “la mujer más bella del mundo”. Nadie en la ciudad de las estrellas habló en cambio de su enorme inteligencia. Lo cierto es que el star system la inteligencia de sus estrellas femeninas le interesaba poco. Es más, as prefería incultas, acríticas y fácilmente manejables.
Hedy Lamarr estaba mentalmente muy por encima de los estereotipos del mundo del cine, y tal vez eso explique que nunca triunfara tanto como otras actrices de su tiempo. Su nombre verdadero era Hedwig Kiesler. Nació en Viena en 1914, en una familia de judíos acomodados, y comenzó a trabajar en el cine y el teatro, en Viena y en Berlín, con solo dieciséis años. A los diecinueve protagonizó Éxtasis, de Gustav Machaty, una escandalosa película en la que aparecía desnuda. Desde entonces, los prejuicios sobre su “ligereza” la acompañaron siempre.
Aun así, Hedy se casó muy joven con uno de los hombres más ricos de Austria, un comerciante de armas colaborador de Mussolini, y pronto también de Hitler. Fue un matrimonio horrible. El marido le prohibió seguir trabajando como actriz y la encerró en casa, exhibiéndola ante sus amigos como un bello trofeo de caza. Ella terminó huyendo a París, pero se llevó en la cabeza todo lo que había aprendido sobre tecnología armamentística en las numerosas reuniones a las que había asistido. En París, fue contratada por Louis B. Mayer para su poderosa productora Metro Goldwin Mayer. Convertida ya en Hedy Lamarr, se instaló en Hollywood y, durante los siguientes veinte años, protagonizó una treintena de películas junto a actores como Clark Gable, Spencer Tracy, James Stewart o Bob Hope. Los productores se empeñaron en hacer de ella una esfinge, dándole papeles de femme fatale en los que nunca llegó a desplegar el talento que había demostrado en su época europea.
Desaprovechada como actriz y probablemente aburrida, se casó y se divorció hasta en seis ocasiones. Pero, al mismo tiempo, llevó una vida secreta, desarrollando como inventora su enorme capacidad intelectual. Su máximo logro llegó con la Segunda Guerra Mundial. Hedy deseaba colaborar con el gobierno americano contra el régimen nazi. Se ofreció para poner sus conocimientos tecnológicos al servicio del ejército, pero los responsables no la creyeron capaz y prefirieron contratarla para que vendiese bonos de guerra. Ella, a pesar de todo, se empeñó en investigar por su cuenta algún sistema para evitar los problemas que sufrían los torpedos dirigidos por radio. Para ello colaboró con otro inventor, el compositor George Antheil. Ambos descubrieron juntos el sistema del espectro ensanchado, o “técnica Lamarr”, que patentaron en 1942.
Sorprendentemente, esa técnica inventada por una actriz sigue siendo empleada en la telefonía móvil, el wifi o el bluetooth. Sus años finales no debieron de ser muy felices. Publicó una autobiografía con un alto contenido erótico, que provocó un gran escándalo, y, a pesar de su probada inteligencia, cayó en la trampa de negarse a envejecer, sometiéndose a diversas operaciones de estética que no dieron buen resultado. Falleció en 2000, a los 86 años, recordada como un viejo mito del cine y, al fin, reconocida como la importante ingeniera de telecomunicaciones -autodidacta- que había sido.
ILUSTRACIÓN: JUDIT GARCÍA-TALAVERA