En octubre de 2018 se cumplieron 100 años desde la muerte de una de las pintoras españolas más interesantes, Lluïsa Vidal. Un momento para conmemorar y reconocer el talento y el esfuerzo de esa artista, tan olvidada en el habitual discurso patrialcal en torno al arte, que ha tendido a menospreciar a las mujeres que destacaron como creadoras.
Lluïsa nació en 1876 en una familia privilegiada. Su padre, Francesc Vidal, era ebanista y decorador, un hombre que gozaba de mucho prestigio en aquella Barcelona de finales del siglo XIX, convertida en una ciudad de referencia por su modernidad y por el desarrollo extraordinario de las artes, la arquitectura y la música.
Ricos y sensibles, los Vidal dieron a sus diez hijas y dos hijos una gran educación. Las niñas estudiaron música con algunos jóvenes profesores que llegarían a ser grandes compositores e intérpretes, como Isaac Albéniz, Enric Granados y Pau Casals, y varias de ellas se dedicaron profesionalmente a la música.
Lluïsa, desde niña, parecía inclinarse más por las artes plásticas. Recibió clases de los mejores artistas, como Arcadi Mas i Fondevila. A los veintidós años se dio a conocer públicamente en una exposición individual en la Sala Parés, donde exhibían sus obras los pintores que llegarían a constituir el importante grupo de modernistas de Barcelona, al que ella perteneció por méritos propios: Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Isidre Nonell o Joaquim Mir.
Pero deseando aprender aún más, en 1900, dio un paso que ninguna otra pintora española se había atrevido a dar hasta entonces: se marchó sola a París, el centro mundial del arte, para recibir clases en algunas de aquellas academias que aceptaban alumnas y en las que estudiaban mujeres de medio mundo en busca de un desarrollo profesional que en otros lugares les resultado mucho más difícil.
El año que Lluïsa Vidal vivió en Francia fue crucial para ella. No solo maduró como artista, sino que, como mujer, se acercó a los movimientos feministas y sufragistas que entonces se desarrollaban con fuerza en París y regresó a España convencida de que era imprescindible luchar por los derechos de las mujeres.
De vuelta en Barcelona, Lluïsa se incorporó a un grupo de feministas de raíces católicas muy activo en la ciudad, liderado por la escritora y periodista Carme Karr. Junto a ella y el resto de sus compañeras, se comprometió intensamente en la formación de las mujeres de la clase obrera, y colaboró como ilustradora en la importante revista Feminal, dirigida por su amiga Carme Karr. Pero la espléndida situación económica de la familia comenzó a decaer en aquellos años, al mismo tiempo que el padre se alejaba de la familia.
Para ayudar a su madre y a las hermanas que aún quedaban en casa, Lluïsa comenzó a dar clases de pintura que le quitaron mucho tiempo para dedicarse a su propia producción. Murió el 22 de octubre de 1918, con tan solo 42 años, abatida por la terrible epidemia de gripe que costó la vida de millones de personas en medio mundo.
Tristemente, en su testamento repartió todas sus obras, pero no pudo declarar que era ella la autora, pues estaba prohibido que las mujeres, al testar, dejasen constancia de que ejercían una profesión. Sin embargo, como muestra de su talento quedaron sus hermosos retratos, paisajes y representaciones de grupos populares, que hacen de ella una artista luminosa, vivaz y delicada observadora del género humano y de las mujeres en particular.
ILUSTRACIÓN: JUDIT GARCÍA-TALAVERA