Resulta sorprendente saber que algo aparentemente tan sencillo como hacer un puzle (y completarlo) pueda aportar beneficios tan importantes como la mejora de la autoestima y de la memoria visual y un mayor control del estrés. En este sentido, es un auténtico error relacionar los puzles con los juegos de niños, ya que son algo más. Para algunos, se trata de una actividad lúdica de lo más adictiva; para otros, una relajante y efectiva terapia.
Y es que hacer puzles es una actividad beneficiosa tanto para pequeños como para adultos, pero, sobre todo, para los ancianos. De entrada, estimula el desarrollo cognitivo y desarrolla y aumenta habilidades como la coordinación, la creatividad y el trabajo de ambos hemisferios del cerebro.
A otras personas, en cambio, pasar varias horas encajando las piezas de un puzle les produce una agradable sensación de tranquilidad y de evasión perfecta para controlar la ansiedad y combatir el estrés. Hacer puzles también es una eficaz método para fomentar la perseverancia, la constancia y la concentración. A fin de cuentas, se trata de, con cada pieza, superarse a uno mismo.
La metáfora a menudo utilizada en literatura que asemeja los problemas y episodios de la vida con las piezas de un puzle que deben encajar no está hecha en vano. No sólo por concebir los sucesos como elementos que encajan, sino porque se debe actuar con lógica y con la mente despierta, al igual que cuando se realiza un puzle.
Los puzles no sólo son un juego de niños
Hacer un puzle es una forma de estimular el cerebro y el desarrollo cognitivo. Al mismo tiempo aporta tranquilidad, control y perseverancia en las relaciones y en la actitud vital.
