Durante muchos siglos, la prostitución fue una actividad legal, a menudo regulada por normas estrictas que no dejaban de esconder una hipócrita permisividad hacia el comercio de los cuerpos femeninos. En algunas ciudades (igual que ahora ocurre por otra parte en lugares como Ámsterdam), llegó a ser un atractivo turístico, uno de los elementos de los que se presumía como parte del encanto urbano.
Eso ocurrió fundamentalmente en la Venecia del siglo XVI, cuyas cortesanas eran famosas en toda Europa. Sobre todo, las cortesanas honestas, prostitutas de lujo que, bien preparadas intelectual y artísticamente, eran admiradas por sus diversos talentos, más allá del amatorio. Una extraña clase de mujeres, incomprensibles desde la sociedad contemporánea, pero que se entienden mejor si pensamos que en aquel mundo, los dos sexos llevaban vidas muy separadas y que la mayor parte de las damas eran ignorantes y vivían además encerradas en los espacios domésticos. Muchos hombres buscaban como compañeras de noches de juerga o de debate intelectual a aquellas prostitutas que cobraban enormes cantidades por sus servicios pero que también, dado su prestigio, podían permitirse rechazar a quienes no eran de su gusto.
De entre las cortesanas venecianas del siglo XVI, la más conocida fue Veronica Franco. Nacida en 1546, Veronica era hija de una mujer que ejercía la misma profesión y que la educó exquisitamente para poder darle un buen matrimonio. Casi niña, se casó —o más bien la casaron— con un médico, pero aquello terminó mal. Con dieciocho años, sola, madre de un hijo, hermosa e inteligente, optó por dedicarse a la actividad materna, en la que pronto alcanzó una enorme fama.
Muchos de los grandes hombres que pasaban por Venecia recalaban en las interesantes veladas que Veronica Franco organizaba en su casa. Algunos, también en su cama. Entre otros, el rey de Francia, Enrique III, que fue conducido a sus brazos por los mismísimos dignatarios de la ciudad durante una visita oficial. Pero esa mujer asombrosa era sin duda mucho más que un bello cuerpo. Participó intensamente de la vida intelectual de Venecia, fue poeta, publicó libros y realizó antologías de poemas de otros autores. En sus escritos, se puede ver el alma de una persona que defiende con uñas y dientes a su propio género, adelantándose en siglos al feminismo: "Si nos diesen armas y nos adiestrasen, podríamos convencer a los hombres de que tenemos manos, pies y un corazón como el suyo; aunque seamos delicadas y tiernas, también hay hombres delicados que pueden ser fuertes, y hombres rudos y violentos que son cobardes".
Veronica Franco conocía sin duda los peligros que acechaban en una profesión como la suya. A una compañera que pretendía educar a su hija para que también fuese cortesana, le recomienda en una carta que no la exponga a tantos riesgos. El fundamental, el de la vejez: en cuanto los años pasaban, afeando el cuerpo, una prostituta de lujo se vea obligada a abandonar su trabajo y, si no había manejado bien sus asuntos, podía encontrarse en la miseria. Consciente de esa realidad, ella misma propuso a las autoridades venecianas organizar una casa de retiro para antiguas cortesanas. Veronica murió antes de cumplir los cincuenta años, olvidada por aquellos que años atrás la habían adorado, pero dejando en la historia el recuerdo de una mujer muy poco común.
ILUSTRACIÓN: JUDIT GARCÍA-TALAVERA