Carla se levanta, intenta dibujarse una sonrisa con un café y se dirige a la habitación donde está durmiendo Anna, su hija. La despierta con un beso, la abraza y le canta una canción. Antes de acabarla, Anna se suma a la dulce melodía.
Rosa intenta levantarse, pero no puede. El despertador ha sonado de nuevo. Sabe que ya va tarde. Hace un ademán, pero vuelve a caer sobre sus espaldas. Cierra los ojos y maldice a su dolorido y cansado cuerpo. Venga una vez más, total una vez deje a Laia en el colegio podrá seguir descansando. Intenta camuflar su tristeza, abre la ventana de Laia y se sorprende al ver la cama vacía. La niña ya está desayunando en la cocina.
Suena el despertador de María. Lentamente abre los ojos. Se ubica. Busca sus gafas a tientas. Es hora de ir al colegio. En el espejo del lavabo se encuentra una nota que le da los buenos días y que le informa de que tiene el desayuno preparado en el microondas. Mientras se lava los dientes recibe una llamada. “¿Estás despierta cariño? No te entretengas que tu padre pasará a recogerte en 20 minutos. No olvides coger la bolsa con el pijama. Hoy duermes en su casa”.
Suena el despertador de Sofía. No quiere levantarse. Se da media vuelta. Vuelve a sonar el despertador. Cree que se encuentra mal. Coge el teléfono. “Mamá, creo que estoy enferma. Me duele la tripa. No, no quiero manzanilla. No quiero ir al colegio. Me pienso quedar en casa. No me grites. Cuelgo”. Resopla y se empieza a vestir. Sale de casa sin desayunar y se dirige al colegio arrastrando los pies por la calle.
“Levanta ya que vamos tarde”. Sandra no sabe identifi - car si está soñando o es real. “¿Quieres levantarte ya?”. Un ogro antipático se ha colado en el sueño de Sandra. De repente siente frío, el ogro la ha destapado. Abre los ojos y comprueba que el ogro es Antonio, el novio de su madre. “Si quieres que te acerque al colegio, espabila”. Sandra se viste con lo primero que encuentra y sale de casa como una exhalación sin tan solo desayunar.
Suena el timbre de clase. Sandra se sienta junto a Anna. Delante están Laia y María. Justo ahora llega Sofía, que se sienta en la última fila. Suena de nuevo el timbre, el timbre que indica que las clases ya han acabado. Es el momento de volver a casa. Sofía se entretiene. Sandra le espera y le da la mano. “¿Quieres venir a jugar un rato a mi casa?” Sofía la mira y sonríe…
Hay tantos mundos como personas. Cada persona crea su propio mundo. Creamos nuestro propio escenario y le damos sentido a la realidad en función de nuestros miedos y nuestros intereses. No existe el mundo. Existe tu mundo. Mi mundo. Su mundo. Cada una de las niñas tiene su propio mundo que las condiciona, un mundo que configura su realidad y que limita o potencia sus virtudes y miedos. Todas ellas, Anna, Sofía, Laia, María y Sandra comparten clase, pero cada una vive en realidades distintas, interpretan lo que les ocurre de diferente manera y sus perspectivas de futuro no son iguales.
A menudo olvidamos que las personas somos muy diferentes y que posiblemente nos cueste conectar entre nosotros porque no somos capaces de imaginarnos el mundo de la persona que tenemos delante. No lo olvides, solo hay una manera de conocer el mundo de la persona que tenemos delante y esa es preguntándoselo y escuchando su respuesta libre de prejuicios y de estereotipos, con una actitud receptiva y llena de amor, comprensión y mucha empatía. Querida lectora, antes de juzgar a una persona, empatiza con ella e intenta comprender cuál es su mundo y acercarse a él.
