El frío suele ser una de las excusas más utilizadas a la hora de aparcar el entreno durante el invierno. Sin embargo, las bajas temperaturas no deberían ser un motivo para decantarnos hacia el sedentarismo ni para abandonar nuestra rutina de ejercicio al aire libre ya que, precisamente, nos aporta interesantes beneficios. Especialmente, si la realizamos en la naturaleza o en espacios verdes.
De entrada, y tal y como explicábamos en el artículo Terapia de frío para una salud salvaje, el sistema inmunológico es uno de los que sale más fortalecido cuando nos exponemos a rangos de temperatura bajos pero tolerables de manera puntual (y siempre que lo hagamos estando sanos y bajo las debidas precauciones); nuestro cuerpo acelera la quema de grasa y la absorción de glucosa, así como la transformación de grasa blanca en grasa parda; se acelera la recuperación de lesiones articulares y se reduce el nivel de inflamación; se activa la circulación sanguínea; se mejoran los niveles de energía del cuerpo; y, por supuesto, aumenta nuestra tolerancia al frío, además de ayudarnos a mejorar el insomnio, el estrés, la ansiedad y la depresión.
Un buen entreno en invierno y al aire libre es sinónimo de una mente altamente despejada
¿Y qué hay del rendimiento? También mejora. Algunos estudios han demostrado cómo las temperaturas cálidas pueden obstaculizar el rendimiento de resistencia, mientras que las razonablemente bajas pueden beneficiarlo, lo que puede ser un importante estímulo para aprovechar y llevar a cabo aquellos ejercicios más duros y exigentes.
Así que, más allá del esquí y de los deportes de nieve, el invierno sigue siendo una estación perfecta para hacer running en centros urbanizados o en plena naturaleza, hacer excursiones en bicicleta, nadar en el mar, entrenar en parques públicos, salir a patinar, etc. Solo debes tomar algunas precauciones y tener en cuenta algunos aspectos básicos que favorezcan la termogénesis, es decir, la correcta regulación de la temperatura corporal.