Cuando se trata de sexo, ser un animal racional es ¡una verdadera trastada!, por no decir lo que el comedimiento me empuja a callar. Déjame explicarte por qué escribo lo que escribo y ya decidirás si me das la razón y qué haces al respecto.
Es probable que en alguna ocasión hayas disfrutado de la filmación de una pareja de bonobos (nuestros primos hermanos) dando rienda suelta a su impulso sexual o visto alguna fotografía de dos cerdos copulando o, más impresionante, una secuencia de dos elefantes en plena acción. Tal vez te sorprendieran, te hicieran sonreír, ¿quizás hasta sintieras envidia? Lo habitual. Pero superado lo anecdótico, lo visto debería servirnos para dar un paso más. Verás, ¿crees posible que durante el encuentro...?
- La hembra bonobo estuviera ansiosa por no excitarse lo suficientemente rápido o por temor a no llegar o que al macho bonobo le preocupara el tamaño de su falo o perder su erección.
- El señor o la señora marrano o ambos estuvieran angustiados por su olor corporal o tal vez por su celulitis o sus kilos de más.
- O Don Elefante estuviera diciéndose aquello de “no, no, todavía no” y se pusiera a hacer sumas y restas para retrasar lo inevitable y ella preguntándose si él la llamará mañana?
La respuesta es "no”. ¡Por supuesto que no! Ni los bonobos, ni los cerdos, ni los elefantes se plantean esas cosas: ellos copulan y punto. Dicho de otro modo, para los animales (no racionales), el sexo no tiene significado. Es pura biología, la llamada de la especie, hay que perpetuarse, y no le demos más vueltas.
Buscamos en el sexo cubrir otras necesidades que no son sexuales. Por eso es tan fácil que no nos satisfaga
Sin embargo, para nosotros, para los seres humanos, el sexo sí tiene significado. Bueno, no es que lo tenga, ¡es que se lo damos! ¿Y por qué nos pasa esto? Porque tenemos un maravilloso neocortex (que nos hace calificarnos de racionales y creernos tan importantes) y un impresionante sistema límbico (el hogar de lo emocional), que nos hacen comernos el coco y sentir mucho, lo que, a su vez, provoca que cuando practicamos sexo no sólo busquemos placer (y, de vez en cuando, perpetuar a la especie), es decir, no sólo sea por puro instinto carnal.
¡Ojalá sólo anheláramos eso! Pero no. A la cama nos llevamos muchas cosas, ¡demasiadas!, que poco o nada tienen que ver con el deleite. Léase por ejemplo:
- Reafirmarnos a través de la aprobación del otro.
- Confirmar que somos seres carnalmente deseables.
- Demostrar que somos sexualmente competentes.
- Sentirnos queridos.
- Y… (Añade todo lo que complica tu vida sexual por pretender ir más allá del simple hecho de querer gozar y punto)
Es decir, buscamos en el sexo cubrir otras necesidades (¿inseguridades?) que no son sexuales. Por eso es tan fácil que el sexo no nos satisfaga: ¡Le endosamos demasiados fardos! Deberes (por si quieres que lo leído te rente): busca tus fardos y cubre tus necesidades en otra parte. No es cosa fácil, pero “un camino de mil millas empieza por un solo paso” (Lao Tse dixit) y reconocer la verdad –tus necesidades, inseguridades, carencias– es el primero.