1. La peor fantasía no se cumple.
Si se alimenta el miedo de forma voluntaria, nuestro sistema nervioso reduce drásticamente la posibilidad de que éste se active y, en consecuencia, los parámetros fisiológicos recuperan sus niveles de funcionalidad; todo esto repercute en la percepción de la amenaza y acaba con la sensación de peligro. Se debe evitar: situarnos en la peor fantasía porque cuanto más se rehúye el miedo más se alimenta.
2. La ayuda no necesaria hace daño.
El ejercicio de escribir con todo detalle nuestras expectativas angustiosas hace que desarrollemos de manera progresiva una lejanía emocional. Con el paso de las horas, al ver que no se cumplen las funestas previsiones, desmontaremos el mecanismo de pensamiento catastrófico. Es más, si se cumplieran, haberlas escrito hará que nos resulten más fáciles de gestionar, incluso, con serenidad.
4. No aplazar lo inevitable.
Es un principio de fuga que provocará que el temor aumente en lugar de reducirse. Quedarnos en vilo es la condición más estresante que se puede dar. Aplazar alivia, al momento, pero después genera mayor estrés. La evasión mental es un paliativo, pero no resuelve el problema de raíz. Una de las claves para los programas de adiestramiento para la resiliencia es el enfrentamiento continuo a dificultades y situaciones estresantes para aprender a redimensionar la percepción.
5. Entrenarse, también.
Nuestra capacidad para tomar decisiones también se entrena. Hay personas más dotadas que otras, pero lo que marca la diferencia es el entrenamiento práctico con técnicas de problem solving y comunicación estratégica. "Habilidad para encontrar soluciones, en la capacidad de comunicar a los demás y a nosotros mismos...", explica Nardone. Pero, sobre todo, remarca, desconfiar de los cursos que ofrecen grandes resultados en pocos días. El aprendizaje exige tiempo.
De la misma forma que decimos adiós a estos gestos negativos, también debemos superar los 5 miedos más comunes que nos invaden al tomar decisiones.