La motivación es un elemento clave para conseguir nuestros propósitos. Como la propia palabra indica, se trata de tener motivos para pasar a la acción, sin que nada ni nadie nos frene. Es la que nos da el empuje para llevar a cabo un plan establecido: una dieta; una tabla de ejercicios diaria; cambiar cada cigarrillo por un chicle…
Éstos son ejemplos que sólo se pueden mantener si están enlazados con sus objetivos concretos correspondientes: perder diez kilos antes de la boda de mi hermano; mejorar nuestros dolores de espalda a través del deporte; o dejar de fumar para evitar problemas de bronquios. Es decir, los motivos que nos van a ayudar a no flaquear en nuestro empeño. Alrededor de ellos deben girar todas nuestras acciones.
Necesitamos propósitos con la fuerza suficiente para que la motivación inicial no decaiga y una fe inquebrantable para conseguirlos. El objetivo que nos marquemos debe ser realista, nuestro cerebro ha de verlo claro y posible para poder creer en ello firmemente y, así, llevarlo a cabo. De esta manera, seremos capaces de establecer una estrategia de trabajo muy definida, basada en pequeñas acciones encaminadas a lograr ese ‘para qué’ final, que se diseminen de forma armónica en nuestra agenda diaria.
Si seguimos esa pauta, poco a poco, las tareas que antes nos costaban un gran esfuerzo se habrán convertido en un hábito instalado en nuestro subconsciente, que realizaremos de forma automática. Es decir: llevaremos una dieta sana y equilibrada en la que siempre estará presentes la fruta, las verduras y las carnes y pescados a la plancha; haremos todos los días nuestra tabla de ejercicios nada más levantarnos; y ni si quiera nos acordaremos del cigarrillo que nos fumábamos con el café.
Por otra parte, nuestra motivación se mantendrá e, incluso, se potenciará a medida que vayamos logrando metas. Por eso, es muy importante ir midiendo nuestros logros, anotarlos cada cierto tiempo para hacerlos tangibles y, si es posible, irlos ampliando. Observemos el ejemplo de aquella persona que quería perder diez kilos: pensar en esa cantidad total tan elevada puede hacernos perder la motivación, pero si nos fijamos una meta de un kilo semanal, la presión se aligerará y la dieta se llevará con mayor rigor.
Aún más si tenemos claro el modus operandi, es decir, cómo lo vamos a realizar. Plantearnos acciones genéricas sin demasiada concreción no nos va a servir de nada. Es mejor optar por tareas concretas y sencillas, fáciles de lograr, para que nos allanen el camino. De nada vale incluir en nuestra estrategia ‘hacer deporte’. Nuestro cerebro lo verá más claro si concretamos qué tipo de deporte realizaremos, dónde lo vamos a hacer, a qué hora del día, cuánto tiempo nos va a llevar, qué tipo de equipación necesitamos para llevarlo a cabo, etc.
Determinar los detalles nos empuja a pasar a la acción y nos ayuda a medir nuestros logros diarios o semanales. Cuanto más cumplamos, más conseguiremos y mayor motivación obtendremos para lograr ese objetivo final.
Aritz Urresti, CEO de goalboxes, experto en Productividad, conferenciante y autor del libro Las Cajitas del Éxito.