Miles de mensajes nos rodean día a día sobre la importancia de la autoestima. Dicen “quiérete, para querer bien”, “trátate con respeto y con cariño”, “para ser feliz, ámate” o “el amor propio sanará tus heridas”. Libros, películas, obras de teatro, carteles en redes sociales e incluso documentales se estructuran alrededor de estas ideas. Se trata de creencias que se van integrando, poco a poco, en nuestra forma de pensar y que de alguna forma constituyen parte de nuestros ideales, metas u objetivos.
Sin embargo, la mayoría de esos mensajes se enfocan en lo más superficial y no van más allá. Olvidan hacer hincapié en cómo lograrlo, en mencionar los pasos a seguir para declararnos un amor propio de verdad. Así, muchos de nosotros nos encontramos perdidos en el laberinto de la autoestima. ¿Es suficiente con valorarnos de forma positiva?
Sabemos mucha teoría, pero muy poco a nivel práctico.Y esto es así porque a menudo cuando se habla sobre autoestima, se olvida mencionar unos de los aspectos más importantes que conforma y hace posible eso de quererse bien de forma realista: la autocompasión. Veamos en qué consiste y porqué tiene tanto valor.
¿Qué es la autocompasión?
A pesar de que en el mundo occidental el concepto de autocompasión es relativamente reciente, lo cierto es que es una práctica que lleva vigente más de 2600 años y que tiene su origen en la psicología budista.
Se trata del sentimiento de bondad y cuidado, de la capacidad de ser cálidos y comprensivos con nosotros mismos. Así, en lugar de criticarnos cuando las cosas no salen bien, cuando fallamos o nos sentimos incompetentes, lo recomendable sería no juzgarnos por ello y aceptar que en buena parte somos frágiles e imperfectos.
Lo recomendable sería no juzgarnos por ello y aceptar que en buena parte somos frágiles e imperfectos.
Hay que dejar a un lado a ese gran evaluador que tenemos dentro de nosotros y que continuamente nos exige y nos coloca estándares de calidad a los que no siempre somos capaces de llegar. Hay que comprendernos más y juzgarnos menos.
"Deberías haberlo hecho mejor...", "tus resultados han sido nefastos", "otra persona lo hubiera conseguido...", "si no eres capaz de lograr esto, ¿cómo piensas en eso?"... Estamos tan acostumbrados a los enfoques de éxito y positivismo, a las comparaciones sociales y las competiciones con los demás, que no nos damos cuenta de que la mayoría de las veces son los que nos ahogan, los que nos aprietan psicológicamente y acaban por hacernos ese nudo en el estómago, esa angustia generalizada o ese malestar desgastante que nos acaba consumiendo día a día.
Es como si por alguna razón pensáramos que somos perfectos y que podemos con todo, pero lo cierto es que no. No somos superhéroes ni superheroínas, sino seres humanos, pero tenemos la mala costumbre de olvidarlo. Y cuando no lo logramos, cuando todo se derrumba a nuestro alrededor, nos exigimos más y más, aparece esa autocrítica voraz y los sentimientos de inferioridad que se reflejan en nuestra baja autoestima.
La pregunta es por qué seguimos actuando así, si no nos da resultado. ¿Por qué seguimos criticándonos y exigiéndonos si eso nos hunde más que nos salva? Al final lo único que hacemos es restarnos amor propio y contribuir a sentirnos peor a través de dos vías:
- La exigencia: porque nos marcamos como objetivo la perfección y al no conseguirlo nos frustramos.
- La huída del sufrimiento: porque nos aterra aceptar que no somos capaces, que algo nos duele, nos molesta o que no lo hemos hecho bien y por ello tratamos de evitar el contacto con nosotros mismos.
En esta situación, la autocompasión puede ayudarnos. No nos exige ni nos sirve de escape, sino todo lo contrario: nos ayuda a comprendernos y a conectar con nuestro sufrimiento para aliviarlo; aunque nos resulte paradójico, pero es que ya lo decía el psiquiatra suizo Carl Jung "lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma".
Mostrar compasión por nosotros mismos implica un cambio de perspectiva: no nos queremos porque logramos o somos algo, que es lo que mucha gente confunde con autoestima; sino por ser tal y como somos, lo que configura el verdadero corazón del amor propio. Ahora bien, ¿cómo introducir la autocompasión en nuestras vidas?
“No siempre podemos obtener lo que queremos. No siempre podemos ser la persona que queremos ser. Cuando negamos o resistimos esta realidad, el sufrimiento surge en forma de estrés, frustración, y auto-crítica. Sin embargo, cuando esta realidad es aceptada con benevolencia, generamos emociones positivas como la compasión y el cuidado, las que nos ayudan a enfrentar nuestra situación” .
(Kristin Neff)
Los 3 componentes de la autocompasión
La psicóloga estadounidense Kristin Neff señala que la autocompasión tiene tres componentes que se relacionan entre sí y que si se ponen en práctica pueden ayudarnos a sentirnos mejor, sobre todo en situaciones de dolor. Son los siguientes:
- Bondad hacia uno mismo. Se trata de tratarnos con cuidado, comprensión y amabilidad, de apoyarnos en lugar de juzgarnos con dureza cuando fallamos o tenemos problemas. Esto implica aceptar que no siempre podemos ser u obtener lo que queremos y que si negamos lo que sucede o nos resistimos a aceptar la realidad, nuestro sufrimiento aumentará, ya sea a través del estrés, la frustración o la autocrítica.
- Humanidad compartida. Implica reconocer que la imperfección es algo típico de la experiencia humana y que no somos los únicos que afrontamos problemas y dificultades, los otros también pasan por situaciones difíciles y cometen errores. Además, también significa reconocer que los sentimientos, pensamientos y acciones propias están influenciados por factores que no dependen de nosotros, lo que nos ayuda a ser más comprensivos con los fallos de los demás y los propios.
- Atención plena o mindfulness. El último componente trata del darse cuenta, de prestar atención y aceptar lo que ocurre en el momento presente, en el aquí y ahora, sin reaccionar ni dejarse llevar por los impulsos y observar los pensamientos sin implicarse con ellos. Consiste más bien es permitirnos estar con nuestro dolor, en lugar de sobredimensionarlo o huir de él.
Como vemos, la autocompasión implica un esfuerzo consciente por nosotros mismos que a la larga tiene numerosos beneficios, el más destacable sentirnos bien con nosotros mismos.
Sin embargo, mal entendido este concepto puede llevar a equívocos. Por ejemplo, hay quien puede pensar que es sentir lástima por uno mismo, tener alta autoestima o ser autoindulgente, pero la autocompasión va mucho más allá porque conecta con nuestra parte más auténtica, con nuestra esencia, para aceptarla y no latigarla.
La autocompasión no va de sentir lástima por uno mismo ni de ser autoindulgente sino de conectar con nuestra esencia
La autoestima por sí misma está coja, pues está enfocada en un proceso de valoración y evaluación personal en relación con los demás, razones por las que es muy variable e inconsistente a veces. De alguna forma, está mal entendida porque está basada en juicios que dependen de factores externos, pero la autocompasión no, está libre de ellos; es una forma de relacionarnos con nosotros mismos que se sustenta en el reconocimiento de una humanidad compartida y la aceptación y la amabilidad hacia nosotros. Según Neff, "la autocompasión ofrece una mayor estabilidad emocional porque no depende de la valoración de los otros ni la personal y siempre está disponible en uno mismo, tanto cuando se alcanza el éxito como cuando se ha caído". De ahí que sea considerada como el corazón de la autoestima y una actitud clave para alcanzar el bienestar, porque implica ir más allá, trascender un nivel más y no quedarnos solo en la superficie de lo positivo, sino aceptar nuestras imperfecciones y reconocer que a veces ser vulnerable no es ser débil, sino la medida más precisa de nuestro valor.
No lo olvidemos, solo cuando nos aceptamos tal y como somos es cuando nace el verdadero amor propio.
Referencias bibliográficas:
Neff, K (2011). Self-Compassion, Self-Esteem, and Well-Being. Social and Personality Psychology Compass, 5 (1), 1-12.
Neff, K & Costigan, A. (2014). Self-compassion, wellbeing, and happiness. Psychologie in Österreich, 114-117.