¿Sabrías decirme cuántas veces al día utilizas la expresión tengo que? Ya te lo digo yo, a menos que hayas trabajado ya este punto, demasiadas.
Tenemos muy interiorizada la frase tengo que y, por tanto, también esa manera de ver nuestra vida. La utilizamos constantemente para todo, tengo que levantarme, tengo que desayunar, rápido que tengo que coger el autobús... En el trabajo, todo es un grandísimo tengo que y en las conversaciones, también: tengo que irme, tengo que llamar a la compañía de la luz, tengo que ir al gimnasio... Por no hablar de los pensamientos: tengo que poner una lavadora, tengo que preparar esta documentación, tengo que planchar esta tarde, tengo que hacerme una higiene facial, etc.
Los tengo que pesan y nos dan la sensación constante de ir siempre en contra de nuestra voluntad
Si esto se quedará en una simple expresión no pasaría nada, pero no es así. ¿Te has planteado alguna vez cómo te afecta la forma en que te hablas o el vocabulario que utilizas?
Los tengo que pesan y nos dan la sensación constante de ir siempre en contra de nuestra voluntad. No ponemos la lavadora porque queremos, la ponemos porque tenemos que hacerlo. No vamos al gimnasio porque queremos, vamos porque tenemos que ir. No regamos las plantas por amor a ellas, las regamos porque tenemos que hacerlo.
En fin. Pareciera que todo nuestro día es dirigido por otra persona que ha decidido qué hacemos y qué no hacemos, y nosotras simplemente vamos cumpliendo con todo eso que tenemos que hacer. ¿No estás cansada de esa sensación? Yo sí. Hace tiempo que hice este ejercicio y todavía hoy día me sorprendo pensando de ese modo, me doy cuenta de lo agotada que estoy y decido corregirme y cambiarlo. El modo de pensar determina en gran medida lo que vivimos, así que tenemos mucho poder sobre ello.
¿Qué lograríamos sustituyendo los tengo qué?
- Permitirnos ir más despacio. Los tengo que añaden un plus de velocidad a todo y es una sensación que cansa. Puede que a lo largo del día no cambien tus actividades, pero si las tomas de otra manera te notarás ligeramente menos cansada, como con otra sensación. Cuando escribí Slow Life los tengo que eran uno de mis ejercicios estrella y todavía lo sigue siendo.
- Mayor ligereza o liviandad. Te vas a dar cuenta de que no es lo mismo hacer una tarea porque tienes que hacerlo que porque quieres, te lo prometo: no es lo mismo. Hay algunas actividades del día a día que nos gustan notablemente menos que las demás -para mí es tender la ropa-, empieza a hacer este ejercicio con esas actividades.
- Conexión. Sustituir los tengo que te ayudará a conectarte más contigo misma y con la actividad que vas a realizar porque funcionar desde el quiero nos recuerda el propósito de la misma.
- Funcionar desde el deseo. Siempre he dicho que alinear cabeza, corazón y manos hace la vida mágica. Y es que no hay nada como pensar de acuerdo a lo que se siente y actuar de acuerdo a lo que se piensa.
¿Cómo eliminar los tengo que?
Bien, ahora que ya sabemos cuál es la costumbre que queremos quitarnos y qué lograremos si lo cambiamos, aunque sea un poco. Ahora vayamos con el cómo hacerlo.
Como muchos de los hábitos de este tipo, la manera de eliminarlos es haciéndolo primero conscientemente hasta generar el hábito y después ya nos saldrá nuestra nueva forma de actuar de manera automática. Este proceso durará lo que tenga que durar –sí, no sé cuánto dura-, yo pierdo el hábito por temporadas, luego vuelvo a cargar con los tengo que y luego me los vuelvo a quitar. Quizás sea un trabajo de toda la vida.
Empieza por poner el foco en tus pensamientos y tus expresiones. Se trata de practicar atención plena –o casi plena- todo el día y notar en qué momentos utilizas los tengo que. Es muy difícil darte cuenta del tengo que antes de decirlo, así que solo podemos observarlo cuando ya lo hemos soltado –o ya lo hemos pensado-.
En lugar de pensar o decir tengo que, vamos a decir quiero o voy a.
El siguiente paso es sustituirlo. En lugar de pensar o decir tengo que, vamos a decir quiero o voy a. Y aquí viene mi parte favorita, dime si lo has pensado: «pero es que yo no quiero hacer eso que voy a hacer». No quiero ir a trabajar, tender o ir al médico, «no puedo decir que quiero hacerlo porque es mentira».
Ciertamente. Quizás no quieras hacer eso que vas a hacer, pero sí quieres el resultado. Por ejemplo, yo no quería sentarme a escribir este artículo cuando lo hice, hubiese preferido hacerlo en otro momento, sin embargo, cuando lo escribí me pareció el momento más oportuno y, pese a no querer, si quería poder terminarlo, tener tiempo para corregirlo y enviarlo antes de irme de viaje. Conclusión: en lugar de pensar que tenía que sentarme a escribir, pensé que quería sentarme a escribir.
A menudo no queremos cosas, pero sí queremos los resultados. No queremos planchar, pero queremos ir con la ropa planchada, no queremos trabajar, pero queremos cobrar, no queremos ir al gimnasio, pero queremos la sensación de después. Corrígete en voz alta, es mucho mejor que pensarlo, y pronto estarás cambiando el pensamiento automático con la nueva frase que quieras utilizar.
Recuerda que se trata de crear un hábito, no es un trabajo de tres días y luego nos olvidamos de ello. Si es así volverás al viejo patrón y no habremos hecho nada. Quizás no siempre te acuerdes de ello, pero si te das la oportunidad de trabajarlo, te gustará.
Como te decía, quizás es un trabajo de toda la vida, pero poco a poco serás más y más consciente de esos tengo que que te pesan y podrás ahorrártelos. Las sensaciones cambian, las actividades cambian y la vida cambia en consecuencia.
¿Te animas a probarlo? ¡Cuéntame!