Clara Schumann es una de las mujeres que mejor representan el espíritu del Romanticismo que dominó Europa en la primera mitad del siglo XIX, exacerbando la sensibilidad artística y el deseo de desarrollo personal en contra de los principios inamovibles establecidos por las generaciones anteriores: aquellos jóvenes románticos, exaltados y con la sensibilidad a flor de piel, se rebelaban contra una sociedad que les imponía vivir sometidos a unas normas que los alejaban de su esencia interior.
Todo en la vida de Clara parece rodeado de ese aura del Romanticismo: nació en Alemania en 1819, hija de una cantante lírica y un famoso profesor de piano, Friedrich Wieck, que se quedó a su cargo tras el divorcio. Desde muy pequeña, su padre la introdujo en el mundo de la música y del piano, dándole una rígida enseñanza que le exigía tres horas diarias como mínimo de práctica. Wieck se dio cuenta enseguida de que su hija tenía un enorme talento, y la convirtió en una de aquellas niñas prodigio que entusiasmaban a la época, haciéndole dar conciertos por Europa desde los nueve años.
En esa época apareció en su vida Robert Schumann, que llegaría a ser uno de los grandes compositores de su tiempo pero que entonces era tan solo uno de los alumnos de Friedrich Wieck. Robert y Clara parecían predestinados a enamorarse: eran dos almas delicadas y exquisitas, que habían encontrado en el piano la manera de expresar su profunda sensibilidad.
La adolescencia de Clara estuvo poseída por su pasión por la música y su amor secreto hacia aquel hombre nueve años mayor que ella, atractivo, melancólico y genial. Cuando ella cumplió los dieciocho años, le pidieron permiso a su padre para casarse. Pero él se negó, probablemente porque perder el control sobre su famosa hija significaría un grave perjuicio económico para él. Convencidos de su amor, Robert y Clara tuvieron que acudir a un juez, que finalmente autorizó el matrimonio cuando ella tenía veinte años.
Clara –ahora ya Clara Schumann– abandonó en buena medida su carrera para cuidar de su marido y sus ocho hijos, aunque siempre fue ella quien estrenó las composiciones de Robert. Por desgracia, Robert era un hombre tan genial como depresivo: en 1854 intentó suicidarse y, en una época en la que no existía tratamiento para la depresión, fue ingresado en una clínica, donde murió dos años después. Viuda a los treinta y ocho años, Clara tuvo que iniciar de nuevo su carrera como pianista para poder mantener a su familia.
Durante décadas, hasta su vejez, Clara Schumann se convirtió en una figura fundamental en el mundo musical europeo, viajando constantemente de ciudad en ciudad y de país en país para dar sus extraordinarios conciertos. Pero en el proceso de cuidar primero de su familia e ingresar después dinero para mantenerla, abandonó su carrera de compositora: durante su juventud, compuso unas cuarenta obras para piano, plenamente románticas, muy semejantes en espíritu a las de su marido. Él mismo reconoció que le dolía ver cómo Clara había tenido que dejar de componer para atender sus responsabilidades como esposa y madre.
Clara Schumann dejó su recuerdo en la historia de la música como pianista y como “musa” de su marido. Durante mucho tiempo, sin embargo, sus obras permanecieron olvidadas, para ser rescatadas en los últimos años y mostrar el talento –en buena medida frustrado– de aquella artista excepcional.