La filosofía slow no es nueva, pero sin duda está cada día más presente y cada día genera más interés por la paz, la felicidad y el bienestar que promete. Y es que cada año vamos más rápido, nos dejamos llevar más y más por la autoexigencia, nuestros deseos y ambiciones nos consumen, y definitivamente estamos más abocados a vivir en la inconsciencia, la rapidez y el ruido.
No es lo natural, pero caminamos hacia ello con paso firme. Y, aunque tiene solución, pero no parece que queramos hacer el trabajo.
Filosofía slow, necesidades y deseos
Un aspecto a tener en cuenta en la reflexión que se hace del porqué de la rapidez, el porqué del ruido y el porqué de ese “más y más”, del que no podemos salir, es el “tener”.
El tener nos embriaga, esa es la realidad. No necesitamos muchas de las cosas que tenemos o que decidimos comprar, pero la satisfacción inmediata y fugaz que sentimos parece cegarnos hasta el punto de no poder mediar en nuestros impulsos. Tener y tener nos obliga a trabajar, acumular y apagar nuestros sentidos ante la sobreestimulación que reciben incluso en nuestra propia casa.
“Trabajo mucho, me compro este coche porque me lo merezco” y así es como nos endeudamos y necesitamos trabajar más (o con más miedo) para poder pagar eso que algún día consideramos que nos merecíamos.
En mi opinión, comprar y tener generan mucha satisfacción, muy vacía, pero muy potente. Y el motivo por el cual no podemos lidiar con ella es sencillo: no conocemos alternativas.
La filosofía slow aplicada al consumo habla de atender las necesidades, de conocer los valores propios y alinearlos con nuestras compras, habla de tener menos y mejor, de sostenibilidad y de reflexión.
Veamos brevemente cada uno de estos aspectos.