Pagar facturas, poder llegar a fin de mes o alimentar a nuestra familia no deberían ser nuestros objetivos de vida. ¿Alguna vez te has parado a pensar en lo que realmente quieres en la vida? ¿Cuáles son las cosas que sueñas hacer? ¿A qué aspiras? Seguro que sí, pero nunca nos decidimos a cambiar nuestra situación, no cambiamos nuestro escenario.
Pero, podemos ir más allá…Con qué sueñas en la vida? ¿Si todo te saliera como deseas, cómo te gustaría que fuera tu vida dentro de 3, 4 o 5 años? Ante este tipo de preguntas, las personas no saben responder más que tópicos: viajar, estar con mi familia, tener seguridad económica, aumentar mis ingresos…Pero esto no es saber exactamente lo que quieres, sino que simplemente es palabrería.
Las personas que no saben lo que quieren, se dejan arrastrar por la inercia y actúan por costumbre debido a sus hábitos. Sus acciones jamás les llevarán a ver cumplidos sus sueños, porque no son sueños, no son deseos sinceros. No son capaces de provocar las cosas que les suceden, simplemente reaccionan ante las cosas. Siendo reactivos, no proactivos. Cuando tienes una misión y eres capaz de visualizar lo que quieres de manera clara y concisa, es cuando desarrollas la energía y la fuerza necesaria para entrar en acción, de forma constante y coherente, con determinación.
Todo viaje cuenta con un punto de destino - ¿qué quiero? - y con uno de salida - ¿cómo soy ahora? -. Es necesario analizar cómo somos en un determinado momento y comprender en qué situación nos encontramos. Una vez localizados el punto de partida y el punto de destino, es cuando podemos trazar el camino. De este modo podremos saber cuáles son nuestras verdaderas prioridades y entender el porque de cada acción. Así sabré qué es lo que quiero conseguir y tendré la suficiente confianza en mí mismo para lograrlo. En definitiva, tener claro qué queremos, para qué lo queremos y para cuándo. Es decir, concretar.
En multitud de ocasiones, nos engañamos a nosotros mismos diciéndonos que tenemos claro lo que queremos, pero nos mantenemos pasivos por lo que no tratamos de conseguirlo. Aseguramos ser conscientes de nuestros sueños y, en lugar de diseñar un plan que nos conduzca hasta ellos, nos dedicamos a criticar lo mal que está todo y la dificultad de que las cosas puedan ser de otra manera.
No hay forma de lograr una meta clara, a menos que comencemos con una visión mental, un enfoque o una definición estructurada de lo que debe ser el resultado, es decir: visualizar el beneficio final de lo que hago. Y dejar de actuar en función de las urgencias, los imprevistos y los requerimientos de los demás, para empezar a actuar hacia mi meta. Debemos recorrer nuestro camino por nosotros mismos, no hacerlo por los demás. De esta forma todas las decisiones serán más fáciles. Sabremos exactamente qué hacer en cada momento, fluiremos por la vida sin obstáculos eliminando los frenos y barreras que aparezcan en el camino.
Debemos aprender a “tangibilizar”. Algo “tangible” es algo que puede ser tocado o medido —un bolígrafo, una silla…— y también algo que pueda ser probado o verificado de algún modo. De nada sirve decir “estoy mal y quiero estar bien” o “quiero ser feliz”. “Mal” y “bien”, como “felicidad”, “tristeza” o “amor”, no pueden palparse ni contabilizarse. Son conceptos abstractos que requieren manifestaciones mensurables: por ejemplo, un ramo de flores puede ser una demostración tangible de amor.
No somos capaces de tangibilizar los deseos, nos movemos siempre en el terreno de lo intangible, no nos planteamos metas bien definidas, no medimos nuestros resultados, etc.
Hay sueños que son para soñar y sueños que son para ser cumplidos. Es hora de que definas a qué categoría pertenecen tus sueños.