Vigilar la salud es plenamente recomendable, pero cuando se cruza la línea de la ocupación a la preocupación constante se puede acabar desarrollando una enfermedad, la hipocondría. Tipificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el apartado de las neurosis, trastornos de la personalidad y otros trastornos mentales no psicóticos, la hipocondría menoscaba notablemente la calidad de vida de la persona. El enfermo vive siempre atemorizado, aguardando la llegada de un diagnóstico fatalista que confirme sus peores presagios.
Es fácil toparse con alguien excesivamente pendiente de su salud, cuya conversación siempre desemboca en un problema, reciente o vetusto, que es percibido como el preludio de una grave enfermedad. Con frecuencia, el entorno trata de apagar el fuego y calmar a la persona, pero los expertos señalan que esta actitud es perjudicial a largo plazo.
La mejor forma de disuadir a un hipocondríacos es diciéndole: 'No te puedo ayudar'. Así no sólo se aplacan las conversaciones constantes sin restar importancia a su preocupación, sino que además se los empuja a hacer una consulta al médico, algo que temen. En contra de lo que se puede pensar, los hipocondríacos son alérgicos a los hospitales porque es allí donde esperan recibirán el diagnóstico letal que esperan.
Cuando acudan al médico, compete a éste determinar en primer lugar si se trata de un episodio puntual o si realmente la persona sufre hipocondría y, en segundo lugar, discernir si a la hipocondría hay unida una sintomatología. Las más comunes son angustia o depresión y tratándose se logra hacer desaparecer la primera.
Cómo tratar con un hipocondríaco
Cuando se pasa de la ocupación a la preocupación (excesiva) por la salud, aparece un problema, la hipocondría, que lleva al enfermo a creer que cualquier síntoma es el principio de una enfermedad irreversible.
