A lo largo de nuestra vida hay heridas físicas que duelen y no terminan de sanar. Sobre todo, cuando las tapamos en lugar de dejarlas secar al aire libre para que se cierren y se conviertan en una bonita cicatriz. Con las heridas emocionales ocurre lo mismo. Taponar los sentimientos y emociones no es nunca la mejor opción para conseguir el equilibrio. De pequeños llorábamos ante cualquier rozadura. Con el tiempo, se van sumando otras dificultades que también nos influyen y determinan. Entonces, tirarse al suelo entre sollozos y esperar a que alguien nos salve ya no funciona. Ahora, cuando algo nos daña hemos de entender cómo nos afecta y ver si realmente nos sigue limitando. Porque, tal y como explica la psiquiatra Anabel Gonzalez, solo superando los bloqueos y nudos del pasado seremos capaces de vivir en el aquí y ahora, es decir, “disfrutando del presente y del futuro”.
Así de claro lo explica la autora en su nuevo libro ‘Las cicatrices no duelen’, un texto en el que aborda la importancia y la necesidad de vencer los traumas y bloqueos del pasado. La cicatriz, para ella, es la evidencia de que hubo una herida y de que esa herida solo puede curarse con paciencia, amor propio y muchos cuidados. Así, no solo seremos más resilientes, sino que aprenderemos a escuchar qué nos hizo daño, corrigiendo ciertos patrones para que no vuelvan a repetirse. Y, en caso de que aparezcan situaciones similares, como afirma Gonzalez, nosotros, entonces, “ya no seremos los mimos, seremos cada vez más sabios, tendremos más recursos”.

Tomar conciencia de nuestra historia personal
Si en su anterior libro, ‘Lo bueno de tener un mal día’, la psiquiatra ya ahondaba en la importancia de escuchar nuestras emociones, aprender a gestionarlas y no guardarlas en un cajón, en ‘Las cicatrices no duelen’ nos acerca a otra realidad: la de superar los traumas, bloqueos y heridas del pasado para así poder avanzar y vaciar esa mochila que, cuando pesa demasiado, nos impide disfrutar “del paseo de la vida” y decidir con libertad.
De hecho, sentirnos orgullosos de nuestras heridas es uno de los grandes lemas de este texto y el primer paso para salir del malestar. Pero claro, no podemos olvidarnos que todo proceso de curación emocional tiene, por tanto, un curso natural que hemos de respetar. Nada de ir con prisas. Si surge el llanto por un duelo, una separación o cualquier otra situación dolorosa, entones déjalo salir. “Si haces esto, la tristeza durará un tiempo y, poco a poco, se irá”.
¿Qué ocurre con esas situaciones que no terminamos de asimilar y, pasados los años, vuelven a removernos con la misma intensidad que lo hicieron en su día?
Primero de todo, tenemos que ser capaces de discriminar cuándo un recuerdo está verdaderamente resuelto. Par ello necesitamos pararnos cierto tiempo a pensar en ello. ¿Qué siento? ¿Qué me produce? Si las sensaciones no son iguales que las que nos produce cualquier objeto neutro que tengamos frente a nosotros, entonces, “aún quedan residuos emocionales que nos conviene deshacer”.
Es decir, esto es tan solo la evidencia de que la herida todavía sigue al descubierto. Además, debemos de prestar mucha atención porque, “cualquier recuerdo que aún esté asociado a emociones, especialmente si son negativas, puede seguir lastrando nuestra vida, llevándonos a reaccionar en el aquí y el ahora con patrones antiguos que ya no encajan en nuestra realidad presente”, confirma la autora.
Para conocer bien a fondo ese pasado limitante, Anabel Gonzalez aboga en el libro por la terapia EMDR, un método avalado por la OMS y recomendado desde 2013 como mejor tratamiento para tratar Trastornos de Estrés Postraumáticos. Esta técnica ya se ha empezado a incorporar en algunos hospitales españoles en su Unidad de Personalidad y Comportamiento y está siendo muy recurrente en tiempos de Covid-19 porque, a diferencia de ir al psicólogo, esta terapia consigue llegar a las áreas del cerebro donde se almacenan los recuerdos dolorosos.
No dejar de cuidarse
En realidad, nunca deberíamos dejar de cuidarnos. Pero es un aspecto que, en ocasiones, muchas personas abandonan, esperando a que otro les saque del malestar. Sin embargo, para que la herida se convierta en esa cicatriz segura y bien reconocida de la que habla la autora del libro, debemos aprender a tratarnos bien, entendernos y cuidarnos. De esta manera es mucho más fácil acceder a los recuerdos del pasado. Si solo hacemos que machacarnos una y otra vez por haber dejado que pasase, no conseguiremos avanzar.
El autocuidado sano es un equilibrio entre protegernos de las cosas malas y dejar entrar las cosas buenas.
En ese proceso de autocuidado, es muy importante saber escuchar nuestro cuerpo y sus demandas emocionales sin castigarnos. Las largas jornadas de trabajo, las actividades de ocio y otras obligaciones diarias pueden llevarnos a olvidar que la mejor brújula es nuestro cuerpo. Y, esa desconexión entre mente y cuerpo, con el tiempo, puede desembocar en problemas físicos.
“Nuestro estado emocional influye en nuestro sistema inmunitario, y la tendencia a la inflamación del organismo puede contribuir a generar un estado depresivo. Las emociones suprimidas o mal reguladas desencadenan o empeoran numerosas patologías físicas”, confirma la autora.
Aprender y sentirnos seguros
No todas las personas crecieron en entornos seguros o con apoyo emocional. Hay historias que no se eligen. Lo que sí podemos es cambiar es su rumbo, aprender a sentirnos seguros frente a cualquier amenaza externa y no excusarnos en frases como “yo soy así”.
“Aunque tendemos a pensar que estas cosas son “de nacimiento” o inmodificables porque “somos así”, lo cierto es que los patrones de regulación son, en buena parte, fruto del aprendizaje”, explica la psiquiatra y psicoterapeuta.
Pedir ayuda, darla o simplemente mostrarnos vulnerables en determinadas situaciones nos ayuda a sentirnos más seguros. Lo más interesante es que, si conseguimos funcionar desde la seguridad y la confianza en nosotros mismos, podremos estar con alguien, pero también podremos distanciarnos y ser autónomos.
Cuanto más complicada se ponga la vida, más tengo yo que cuidarme a todos los niveles: por dentro, en las relaciones, en mi forma de estar en el mundo. Siempre reservándome unos minutos para seguir funcionando.
Comprenderse: el desbloqueo final
Llegados a este punto, en los últimos capítulos del ‘Las cicatrices no duelen’, la autora nos anima a dar el paso final, ese que viene después de una escucha concienzuda: el de la aceptación.
Debemos aceptar los mecanismos que nuestra mente ha puesto en marcha para ayudarnos y encontrar lo que hay de bueno en los aspectos sobre nosotros que ahora rechazamos.
¿Cómo hacerlo? La autora asocia este proceso al de unas gafas. Unas gafas bien graduadas en las que se ajusten bien tres ejes: la comprensión, la curiosidad y la paciencia. Tres claves que son ya todo un mantra para desbloquearnos y avanzar, dejando atrás los traumas, el dolor y esas creencias o patrones limitantes.
A lo largo de nuestro camino iremos pasando por distintas etapas, y hemos de evolucionar para adaptarnos a ellas. Esto, sin duda, implica cambios. No podemos seguir con los modelos heredados y la gestión emocional que nos enseñaron de pequeños. Así lo indica la autora, al decir que, “incluso aunque en el pasado hubiera sido beneficioso, cada momento requiere sus propias respuestas”.
Tras esta inmersión en el universo de las heridas, podemos confirmar que si ignoramos nuestra historia personal y familiar corremos el riesgo de volver a repetirla. Hay aspectos que no podemos pasar por alto, que requieren de revisión para que de la herida surja finalmente la cicatriz. Un reflejo de nuestra vida interior, una vida habitada y hecha de retales que, con el tiempo, nos ayudarán a ser más fuertes, más flexibles y, sobre todo, más libres.