En los últimos cincuenta años el racismo sigue revelándose como uno de los problemas estructurales de la sociedad estadounidense.
Ser negro en Estados Unidos implica directamente ser víctima de una mayor tasa de violencia policial y una mayor probabilidad de ser detenido y encarcelado. No en vano ya hace unos años que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sigue denunciando que la discriminación racial se produce de forma constante en todas las esferas de la sociedad estadounidense.
Lo cierto es que, si extrapolamos la realidad de Estados Unidos a nuestro día a día, somos racistas sin darnos cuenta en muchas de las conversaciones que mantenemos a diario con nuestro entorno más cercano.
A menudo hablamos con el otro pensando que conocemos su realidad, pero nuestro lenguaje revela una actitud racista (y maleducada) en la que conviene seguir trabajando.