Dice la psicóloga Carmen Durán que todos cargamos con el peso del sentimiento de culpa, solo que no de la misma manera. Los budistas lo asumen con despreocupación –al considerar que “los acontecimientos suceden, las acciones se llevan a cabo, pero no hay ningún hacedor individual”–, los católicos se sienten siempre en pecado, por lo del libre albedrío, y los calvinistas se lo quitan de encima, aunque sea a medias, gracias a la predeterminación.
En todo caso el sentimiento de culpa es inherente al ser humano y siempre que nos sirva como señal de alarma y nos avise de que podemos perder al otro o ser excluidos de la sociedad está muy bien, pero cuando se transforma en un sentimiento patológico y la preocupación por el bienestar ajeno no deja espacio al propio o se niega totalmente, nos puede hacer mucho daño.
En el término medio es donde está la virtud que, ya lo decía Aristóteles, no es una disposición natural, ni una característica de la personalidad, sino una actitud que depende de nuestro esfuerzo. Por eso es imprescindible esforzarse en olvidar los reproches de la infancia, que tanta culpabilidad generan, como también circunstancias ajenas, como salvarse en un accidente en el que otros mueren, por ejemplo, para colocar al sentimiento de culpa en su sitio y que no invada nuestras vidas.
Hecha la reflexión científica, hay que apuntar que, en España del siglo XXI, la culpa a veces duele más, no solo porque no se admita en su justa medida, sino porque no se pide perdón por ella. Los británicos dicen que ellos conquistaron el mundo con tres palabras: gracias, por favor y perdón. Y Aristóteles Onassis añadía que a él, además, le llevaron a hacerse rico. No se si la fórmula será literal, pero sí que la vida es mucho más agradable cuando se reconocen las cosas mal hechas y se pide perdón. Hay quien piensa que hacerlo supone desdoro, pero bien al contrario: el que pide perdón avanza en la consideración de quien recibe la disculpa y también en la de los demás.
Los seres humanos de nuestro tiempo, nos vemos aquejados de una serie de males que se han desarrollado de manera tan elefantiásica, en nuestras civilizaciones, que parece improbable no sufrirlos en algún momento de la vida. Entre ellos, la ansiedad o el sentimiento de culpa. La buena noticia es que tenemos herramientas para contrarrestarlos. Y la primera de ellas es la humildad. Que sirve, os lo aseguro, para casi todo. Para pedir perdón y hacer que se evapore en buena medida el sentimiento de culpa; para disminuir la presión de la sociedad y sufrir menos ansiedad; para comprender a los demás y ser más indulgente; y para no sentirse por encima de nadie y ser mejor personas. Así que ya lo saben, contra la culpabilidad y casi cualquier otra cosa, un remedio antiguo pero infalible: un poquito de humildad.
Tres recomendaciones para sentirse mejor.
1. El sentimiento de culpa (Editorial Kairós) de Carmen Durán.
2. El tratamiento contra la flacidez del cuello Intracel en la clínica Moises Amselem. Agachar la cabeza, sí, pero no desatender nuestro cuello ni tampoco nuestra autoestima.
3. El restaurante de The Principal Hotel en Madrid, en el ático, comandado Ramón Freixas, con menú para bolsillos más humildes (no tanto, porque es un menú de 30 euros...) y una vista excepcional.