Durante mucho tiempo, mencionar a George Sand era poco menos que referirse al demonio: una mujer que, en pleno siglo XIX, se atrevió a vestirse de hombre, publicar novelas y, para colmo, tener abiertamente diversos amantes, resultaba en efecto poco ejemplar. La famosa amante de Chopin pasó así a la historia como una marimacho y, al mismo tiempo, como una devoradora de hombres. Pero, como tantas veces ocurre cuando se trata de las mujeres, la verdad está muy lejos de esa imagen estereotipada.
Lo cierto es que Sand –que se llamaba en realidad Aurore Dupin– fue una mujer generosa y tierna, además de inteligente, comprometida y, sobre todo, extrañamente moderna. Su familia paterna era noble, y ella se educó con su abuela, una mujer muy culta y refinada, en el pequeño château de Nohant, en el que había nacido en 1804. A los 18 años se casó con un noble del entorno, con el que tuvo dos hijos. Pero aquel no fue un buen matrimonio: el marido era alcohólico y la trataba mal, y ella acabó consiguiendo la separación y se marchó a París con un escritor del que se había enamorado.
Era 1831. El espíritu de los artistas románticos, bohemios y radicales, reinaba en la capital de Francia. George Sand, atrevida como pocas mujeres de su tiempo, se unió a aquel grupo y comenzó a escribir, primero como periodista y luego como novelista. Para que no la marginasen por su femineidad, adoptó no solo el seudónimo masculino, sino también el aspecto: con un permiso especial de la policía, empezó a vestirse de hombre, toda una osadía en aquella época.
Sin embargo, fue siempre una mujer profundamente femenina y maternal: cuidó de sus amigos artistas como una verdadera madre, acogiéndolos una y otra vez en su château de Nohant cuando no tenían dinero, aconsejándolos y apoyándolos en todo. Allí pasaron largas temporadas algunos de los escritores, artistas y músicos más importantes del siglo XIX: Balzac, Flaubert, Delacroix o Franz Liszt. Y, por supuesto, sus amantes. Sand nunca se resignó a que las relaciones amorosas se deteriorasen. Cuando eso sucedía, se iba, e iniciaba un nuevo amor.
Entre sus parejas más conocidas, con las que siempre vivió abiertamente, sin esconderse, estuvieron el gran poeta romántico Alfred de Musset y, por supuesto, Frédéric Chopin, con el que pasó el famoso –y terrible invierno en Mallorca. Pero el gran amor de su vida fue el último. Alexandre Manceau, grabador y autor dramático, era amigo de su hijo Maurice. Cuando se conocieron, él tenía 32 años y ella 45. La diferencia de edad no les impidió mantener una relación que duró 16 años, hasta la muerte de Manceau en 1865.
Sand viviría aún 11 años más, añorándole, pero rodeada siempre de sus amigos y sus hijos. Y escribiendo sin parar: fue una autora prolífica, capaz de publicar 70 novelas y 50 volúmenes de obras diversas, bien recibida por el público y por los críticos, que se acostumbraron a tratarla como si fuera un hombre. También intervino siempre de manera activa en política, practicando además en su propia casa las ideas socialistas que defendía: jamás permitió que nadie tratase con menosprecio a sus criados, y solía invitar a sus fi estas a los campesinos que trabajaban en sus tierras. Murió a los 72 años, hermosa y sabia. Algún tiempo antes había escrito: “La mente busca, pero es el corazón el que encuentra”.