Llegaste a la literatura después de dos carreras, casarte y ser madre de dos niños, pasar varios años de oposición, ser abogada…
He hecho mi vida al revés de lo que normalmente se hace pero, desde el primer momento, buscando mi sitio. Mis hijos, a que los adoro, claro, se fueron de casa a estudiar fuera –porque los tuve muy jovencita– y recuperé mi tiempo, algo tan deseado… En verano de 2003, hablando con unos amigos, me plantee escribir un libro.
Pero eres una lectora empedernida y, es más, cuando hablas de literatura antepones la lectura a escribir.
Quien quiera escribir no puede hacerlo si no es un buen lector. La lectura es la base de un escritor, su alimento, si no lees no tienes nada. Lo que escribo es producto de mis lecturas, de lo que he vivido, de mis recuerdos… Dicen que perfilo muy bien los personajes masculinos: es que tengo a mi marido, mis dos hijos y mis hermanos. Por otra parte, no siento que haya llegado tarde. La madurez es para algo y yo necesitaba vivir una serie de fracasos, asimilar que no puedo tomar un camino y tomar otro. Por ejemplo, ser licenciada en Derecho y en Geografía e Historia vale de algo. Después de años sin aprobar una oposición, tuve el valor de retirarme. La abogacía no era para mí. Pero aprendí disciplina, constancia, a creer en mí misma, a no desfallecer...
Cuando se habla de literatura femenina, ¿no te genera un poco de malestar?
Hasta hace pocos años las escritoras era una rara avis, mientras que hemos leído siempre a autores masculinos que han estado escribiendo sobre las sentimientos de las mujeres y nunca nos hemos planteado si eso está bien o está mal. Si uno se lee La Regenta –una de las mejores novelas del siglo XIX– Leopoldo Alas Clarín tiene unas meteduras de pata con los sentimientos de Ana Ozores… Hay cosas que te chirrían. Piensa en Ana Karenina, en Madame Bovary… Siempre hemos tenido el prejuicio de que los hombres escriben para la generalidad, y las mujeres para mujeres. En mis novelas yo hablo de los conflictos del ser humano. Todavía me preguntan si escribo para mujeres, y jamás se le pregunta a un hombre si escribe para hombres.
¿Cuando escribes piensas en el reconocimiento que puedes recibir?
No, me planteo muchas veces si vale la pena lo que estoy haciendo. Hay momentos de euforia y otros en los que pienso que es una porquería, me digo, ¡dónde voy! Menos mal que ahí está mi marido, el compañero perfecto. La escritura para mí es un misterio: yo escribo para aprender y comprender. Pero no me he planteado nunca si lo que escribo se va a publicar o no, no pienso en los lectores. Es una relación mía, personal, con los personajes. Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido (Planeta) surge de una conversación personal con una mujer con halo de señora bien –aunque su historia no es la de la novela– que resulta que vive el lastre de ser una hija ilegítima. Cuando terminé, hablando con mi agente literaria me dijo, vamos a intentarlo. Es la sexta novela, ya me había presentado antes con otras... Pero cuando van a anunciar el premio y dicen tu nombre, es como un sueño. Así lo sentí. En este oficio he aprendido a confiar en mi misma. Cuando trabajas, cuando vas paso a paso, cuando tienes paciencia el reconocimiento llega.
¿Te has quedado con algo de Carlota, la protagonista, para ti?
De todos me quedo con algo, aunque éstos me estén dejando y ya estén haciendo las maletas... De Carlota he aprendido sobre el valor y la liberación que produce el perdón. Creo que no hay otra manera: es lo único que nos puede liberar de la angustia, de una vida lastrada. Hay que perdonar porque la pesadez vital amarga mucho.
