Es ancestral la dicotomía entre los que consideran al ser humano noble por naturaleza y los que lo definen como irremediablemente egoísta; los que lo conciben cooperador y los que lo tildan de competitivo; los que lo ven esencialmente pacífico y altruista, y los que lo tachan de agresivo y perverso.
Son, asimismo, numerosos los autores que han tratado de dilucidar esta escabrosa al tiempo que crucial cuestión. Es, sin embargo, en el siglo XXI cuando podemos comenzar a plantear algunas pruebas irrefutables –por estar basadas en datos y argumentos científicos– sobre la verdadera naturaleza de la especie humana. Para ello necesito comenzar por referirme al concepto de empatía.
¿Qué es la empatía?
La ciencia ha demostrado que tenemos una predisposición biológica a la empatía. Esa base biológica ha sido finalmente descubierta por Giacomo Rizzolatti, quien en 1996 dio a conocer las famosas neuronas especulares (o neuronas espejo): aquellas que hacen que los seres humanos (y los primates) capten los pensamientos y sentimientos de otros como si fueran suyos.
Se les ha denominado las neuronas de la empatía porque a través de ellas captamos (sin la intervención del lenguaje) la mente de otros, y reproducimos los pensamientos y sentimientos que ahí acontecen. Por medio de ellas entramos en las mentes de los demás, las leemos y simulamos; estamos –como dice Jeremy Rifkin, el reconocido sociólogo y economista autor de La civilización empática– cableados para sentir empatía.

La relación entre empatía y altruismo
El altruismo consiste en llevar esa empatía a la acción; es, por definición, un acto puro, desinteresado. Es el deseo mismo de ser testigo de la felicidad ajena. Al ser empatía accionada, el acto altruista se realiza sin esperar nada a cambio. Antes al contrario, la mayor parte de las veces los hechos altruistas conllevan para el sujeto un coste; cuanto mayor el grado de altruismo, mayor su coste.
Una mera mirada intuitiva borra toda duda acerca de la existencia de actos de esta naturaleza, pues conocemos un sin fin de casos en la historia; de situaciones que han implicado, incluso, la muerte del sujeto altruista. Pero, además, la ciencia también lo ha probado experimentalmente. Hay numerosas investigaciones empíricas recientes sobre bebés que revisten un gran interés: prueban que, en los humanos, la norma es, antes de la adquisición de prejuicios y temores, el altruismo.
Como una muestra de todas ellas expondremos aquí el estudio realizado en bebés de 18 meses por Felix Warneken del Max-Planck-Institute für evolutionäre Antropologie en Leipzig, Alemania. El estudio consistió en que una persona realizase una serie de tareas delante de los niños, tales como apilar libros o colgar toallas con pinzas, y hacer ver, cada cierto tiempo, que tenía problemas, dejando caer, por ejemplo, los libros o las pinzas. Curiosamente los 24 bebés que formaban parte de la muestra se le acercaban a ayudar y recoger los objetos. Para esquivar el sesgo de estar los bebés movidos por el elogio o el reconocimiento, Warneken no les pedía ayuda de forma explícita ni les daba las gracias cuando la habían ofrecido. Lo sorprendente es que los bebés ayudaban únicamente si las expresiones faciales o corporales indicaban que la necesitaba. Asimismo, los niños no reaccionaban tratando de ayudar cuando de forma clara Warneken tiraba intencionadamente los objetos al suelo, lo cual indicó una gran sensibilidad hacia sus problemas y una evidente voluntad de ayuda.
En otro interesantísimo estudio, Richard Davidson probó que niños de preescolar pueden ser entrenados en las artes del altruismo. En un programa de ocho semanas trabajando la gratitud, la amabilidad, la cooperación y la respiración consciente, demostró un cambio drástico en el comportamiento prosocial.

La falta de empatía, en la base de los problemas actuales
Muchos de los problemas que la sociedad afronta actualmente son por la falta de entrenamiento en las habilidades empáticas. Fenómenos como el acoso cibernético o la violencia machista, por ejemplo, van probablemente en aumento porque es más fácil hacer daño a alguien cuyo dolor nunca ves ni notas.
Los pacientes que sienten no importarle a nadie tienen más largas recuperaciones y su sistema inmune es más deficiente; los empleados que desean ser más productivos necesitan mejorar su sintonía con la gente; los estudiantes que se sienten incomprendidos están expuestos a un mayor fracaso escolar; y los matrimonios sin empatía tienen muchas menos probabilidades de éxito. En palabras de Helen Riess, profesora de Psiquiatría en la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, “en todos los rincones de nuestra vida la empatía es importante”.
Ahora bien, materializar adecuadamente esa empatía en acciones y traducir convenientemente ese altruismo a las experiencias vitales requiere de una práctica eficaz, una educación consecuente y unos modelos claros. Está probado que las neuronas espejo se activan más conforme se ejercita más la empatía. Las virtudes humanas son nuestros dones del carácter. Todas las personas las poseemos en potencia tal que en potencia reside el dulce sabor de las manzanas en el interior de la semilla. No obstante, necesitamos buenos educadores y modelos que, cuales afectuosos y responsables jardineros, extraigan de la semilla el manzano al que está llamado a convertirse.

Explica Juan Luís Arsuaga, el conocido paleontólogo y director del Museo de la Evolución Humana y uno de los máximos responsables de los hallazgos en la Sierra de Atapuerca, que un colega suyo sociólogo había realizado un sencillo y curioso experimento. Le había pedido a una buena amiga que ordenara siguiendo el criterio del atractivo físico las fotografías de su anuario de la época del instituto. Y posteriormente había hecho la misma petición a sus alumnos con el mismo anuario. El resultado había sido de lo más dispar. El orden que habían dispuesto los alumnos nada tenía que ver con la jerarquía expuesta por su amiga. Y al comentarlo con ésta, ella le había aclarado que había tenido en cuenta, sin darse cuenta, la bondad de sus compañeros, si eran amables, cordiales o íntegros.
Inmediatamente esta hipótesis se plantea en clave de investigación científica y, algún tiempo más tarde, sus resultados son publicados en revistas especializadas en el tema. El atractivo que vemos en las personas que nos rodean está condicionado por sus rasgos del carácter y cuán altruistas o nobles se muestren. Así pues, en palabras de San Francisco de Asís, “sed buenos, si podéis” pero que estas páginas dejen constancia de que si no lo sois, los que os rodean os verán incluso más feos. Por tanto, más vale empezar a aprender a ser más empáticos.