Todavía asimilando la vuelta tras el verano, recién caído octubre, como las hojas de los árboles en otoño, nos asaltan las dudas sobre todas las cosas que haremos o no y que deberíamos o no hacer. No pasa nada. La vida es un continuo dudar y debería serlo. La duda es un acto de salud mental. Denota que el que la “padece”, simplemente piensa. Y para pensar, como dice mi amiga y colega la escritora Ángela Vallvey, “conviene tener hábito”.
Si de alguien se puede decir que pasa la vida pensando es de los filósofos. Por eso todos dudan, como cuenta la también filósofa y escritora Victoria Camps en su última obra Elogio de la duda. En una sociedad acelerada, donde las redes sociales imponen su inmediatez, donde no se cree en la utilidad de las humanidades porque, como dice Camps “no se verifica su rentabilidad social y hay otros conocimientos que son pragmáticamente más útiles para encontrar empleo”, la duda y junto a ella la reflexión, no parecen estar de moda.”
Dice Victoria en su libro que “la indeterminación en cuanto a lo que hay que creer y lo que hay que hacer es un terreno propicio a la filosofía, pero no al individuo corriente que anhela seguridades. Por eso prosperan los libros de autoayuda, en detrimento de los ensayos filosóficos”. Es cierto: la sociedad quiere respuestas inmediatas y no se siente a gusto en esa duda constante que implica no dar por definitiva ninguna respuesta y que es lo que mantiene viva la filosofía.
Algunos temen que la duda les haga frágiles, pero lo cierto es que como señala Victoria Camps “la filosofía, el conocimiento, procede de personas que se equivocan. La sabiduría consiste en dudar de lo que uno cree saber”. Lo curioso es que precisamente quienes más saben son quienes más dudan, mientras que los que no saben nada son los que suelen mostrarse más seguros de sus conocimientos y del mundo en general. Las palabras de Bertrand Russell, recogidas en el Elogio de la duda lo describen de manera certera: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”.
La duda, pues, parece ese motor para avanzar. Sin embargo muchos la temen por pensar que puede llevar a la inacción y es cierto que ahí está su riesgo. Pero la vida obliga a decidir y salvo en las actitudes enfermizas que replican la conducta del Asno de Buridán que, incapaz de decidir de cuál de los dos montones de heno comer, muere de inanición, la duda no tiene por qué paralizar. Dudar es consustancial al filósofo y al pensamiento filosófico. Y también a las artes y a la cultura. Y si le hacemos caso a Victoria Camps: “Aunque la cultura en general no es una garantía para vivir mejor ni tener planes de vida más razonables, despreciarla es carecer de armas para enfrentarse a la brutalidad que todos llevamos dentro”.
Mis tres recomendaciones para la rentrée:
1. Elogio de la duda, de Victoria Camps (Arpa Editores): Un ensayo donde, además de aprender a valorar la reflexión valoraremos a los clásicos y recuperaremos sus lecciones de vida, a través de las acertadas citas que salpican el texto.
2. Champú a la manteca de mango de Klorane, un prodigio de nutrición y suavidad para los cabellos secos, que aún tratan de recuperarse de la sombra del verano, que aún acecha.
3. La línea para el rostro Le lift, reafi rmante y antiarrugas y muy especialmente su crema hidratante. De Chanel. Espectacular. Sin ninguna duda.