La felicidad del sabio clásico, la del santo, la del progreso durante la Ilustración, la autofelicidad proclamada y perseguida en la era del smartphone... Hay tantas formas de felicidad, y maneras de verla, como de vivirla. Pero no es labor de la filosofía asegurárnosla. Lo cuenta Roger-Pol Droit en su último libro, un alegato cargado de lucidez, crítica e ironía... Cargado de filosofía.
Su nueva obra es fruto de rebelarse ante tanta filofelicidad. ¿Le han preguntado la receta para ser feliz?
Sí, alguna vez. Pero aquí no se trata de nada particular ni personal. Hoy los filósofos son objeto de una gran demanda de consejos sobre cómo vivir, tanto por parte del público como de los editores y de los medios. Algunos aceptan estas demandas y se transforman en gurús. No creo que sea bueno. Este no es el papel de los filósofos. Por eso he escrito este libro, para denunciar una deriva que a mí me parece nefasta.
Antiguamente la felicidad era mero azar, comenta en su libro, pero la filofelicidad nos vende que depende de nosotros mismos. ¿No hay un término medio?
En el libro recuerdo, en efecto, la antigua conexión entre felicidad y buena suerte y entre desdicha y mala suerte. Esta conexión se justifica porque nuestra existencia está expuesta tanto a los accidentes imprevisibles como a las sorpresas venturosas. Pero frente a este juego del azar, desde la antigüedad se han construido concepciones de la felicidad como serenidad, como fortaleza para escapar de las fluctuaciones del azar. Estoy de acuerdo con la idea de término medio, ya que alguna posibilidad tenemos de actuar contra las circunstancias de la vida, pero añado inmediatamente que, pese a todos nuestros esfuerzos, una felicidad permanente e inoxidable sigue siendo pura ilusión.
¿Cómo definiría usted la felicidad?
No es posible una definición rigurosa, porque es un “ideal de la imaginación”, como decía Kant: cada uno se imagina una felicidad diferente. Me parece que la felicidad empieza realmente cuando uno deja de buscarla, y hasta de plantearse la cuestión. Para ser feliz, lo principal es no estar todo el día obsesionado por la construcción de la propia felicidad. La paradoja es, pues, que cuanto menos piensas en ella, más probabilidades tienes de alcanzarla…
¿Por qué, según los preceptos de la filofelicidad, perseguimos eliminar el azar cuando es imposible?
Porque nuestra época sueña, más que cualquier otra época, con controlarlo todo. No soporta la incertidumbre, la espera, el riesgo. Este fantasma de dominio de la situación se extiende también a nuestra existencia.
En su libro critica: “todos los humanos desean la felicidad”. ¿No es lógico pensar que todo el mundo desea ser feliz?
Todo dependerá justamente del concepto de felicidad que nos forjemos. Si usted quiere decir que nadie desea espontáneamente la miseria, la esclavitud y la humillación, ¡evidentemente no tengo ninguna objeción! ¡Y nadie la tendrá! Lo que yo digo es más limitado: el concepto que tenemos de la felicidad en Occidente –como meta que alcanzar, como ideal de vida que construir– no es algo universal, contrariamente a lo que la gente cree. China, por ejemplo, ha dejado de lado esa idea. Como ha demostrado mi amigo el filósofo François Jullien, la cultura china no se interesa por este objetivo que a nosotros, erróneamente, nos parece universal.
La filosofía de la felicidad olvida las culturas, la ética, el azar... ¿Por qué?
Tiene toda la razón al mencionar la ética: cuando se sostiene que la felicidad es necesariamente el objetivo supremo de toda existencia humana, se prescinde totalmente de los innumerables ejemplos de personas que han elegido la rebelión, la resistencia, la justicia o la libertad antes que su felicidad personal. ¿Por qué no se tiene en cuenta? Porque esa falsa filosofía de la felicidad se imagina que es posible eliminar totalmente lo negativo, que basta verlo todo constantemente en positivo para ser permanentemente feliz. Al contrario para Nietzsche, como para mí, la vida es una mezcla, un patchwork. Se puede y se debe luchar siempre contra lo negativo (la miseria, la injusticia, la enfermedad, la violencia...), pero soñar con erradicarlo totalmente es engañarse.
¿Es usted feliz?
Sí, intensamente. ¡Pero por momentos! También hay momentos en que puedo ser desdichado. A veces, estoy en un estado neutro. Me parece que, en proporciones variables, eso es así en toda existencia humana: no existe la desdicha absoluta, ni la felicidad integral.
Dice que la felicidad de los antiguos no es la misma que la nuestra. Como tampoco la de los románticos, los freudianos... ¿Cuántas felicidades hay?
Me parece indispensable recuperar este sentido de las diferencias si queremos pensar con rigor. Los sentimientos tienen una historia: el amor en Homero no significa exactamente lo mismo que en Shakespeare o en John Lennon. Con la felicidad ocurre lo mismo. Por eso los consejos de Epicuro o de Séneca solo pueden servirnos en parte. Creer en nociones eternas y en sentimientos inmutables a lo largo de los siglos es un error, y además puede ser una trampa.
¿Puede la filosofía hacer algo para que seamos felices?
¡Sí ! Permitirnos ser más lúcidos, liberarnos de las ilusiones… ¡incluidas las que se refieren a la felicidad!
¿Cree que deberíamos reivindicar el derecho a no ser felices? Puede que las cosas estén cambiando...
No veo por qué habría que aceptar la obligación actual de ser feliz todo el tiempo y en todas partes. Es una forma de totalitarismo, y también de normalización, porque las figuras de esa felicidad obligada están estrictamente formateadas.
“Esa falsa felicidad insípida, desteñida, que se entrega ya preparada para usarse es lo contrario a la autonomía y sus riesgos. Más bien evoca una nueva esclavitud”, afirma en su libro. ¿Estamos perdidos?
¡En absoluto! Basta abrir los ojos, resistirse a las fábulas que nos cuentan. La vida está hecha de riesgos, de sufrimientos, de goces, y no solo de bienestar y de zenitud. ¡Pero precisamente por esos contrastes es bella!