Si un día pudieras tener a la niña que fuiste delante de ti, ¿qué le dirías? Esta es una de esas preguntas que aparecen en distintos libros de autoayuda y una de esas frases que, una vez leídas, mi mente decidió retener. Cuando me encuentro en esos momentos en los que la adulta en quien me he convertido toma el control de la situación –haciendo de la vida un lugar intenso y demasiado serio para mi gusto–, la Vero-niña suele aparecer de repente, sin anunciarse, para tirar de sus hilos mágicos y devolverme a mi auténtico yo, ese estado natural de adulta-intermitente.
Como ser adulto tengo mis responsabilidades y privilegios, funciono dentro de un sistema adulto que a veces me mete en una rueda de obligaciones que cumplo como puedo y otras veces me supera. Lo reconozco. Soy curiosa y disfruto aprendiendo de todo aquello que recogería cualquier manual de crecimiento personal que se precie. Como es lógico, mi mente adulta quiere entender el porqué de absolutamente todo lo que me rodea o sucede, aprender palabras impronunciables y ampliar los conocimientos sobre conceptos que abren nuevas perspectivas y posibilidades sobre el presente, el pasado y el futuro.
Los entresijos de mi mente adulta me fascinan pero, entre tú y yo, ¡seguirlos también me parecen profundamente agotadores! Por eso soy una gran defensora del estado de adultaintermitente, porque es la clave hacia una vida hecha para disfrutarla con todos los sentidos. En realidad, cuanto más mayor me hago, más aprecio la capacidad de convertirme en una niña por un instante y de relativizar así toda la carga adulta. Mi gran maestro es mi hijo, quien me ha enseñado a redescubrir la vida entera a través de su mirada sobre el mundo, llevándome a desaprender algunas de las estructuras rígidas que había construido a mi alrededor.
Empecé a moverme en un mundo adulto con 15 años y soy consciente de que hay una parte de mí que se ha quedado a medio camino de desarrollo. Cuando era adolescente hacía lo posible para disimularlo y poder encajar en mi nueva realidad. Era una muchacha seria y responsable, pero cuando me encontraba en un entorno familiar, me deslizaba rápidamente hacia una versión infantil de esa niñamujer, dando rienda suelta a la risa fácil, a los juegos sin sentido aparente y a la capacidad de estar en el aquí y el ahora, algo que resulta uno de los mayores tesoros de la infancia.
Rebozarme en la arena, bailar cuando no toca, comer con las manos, pintar con los dedos y bajar una colina haciendo la croqueta son solo unos pocos ejemplos de las prácticas más sanas y liberadoras que conozco. ¡Un tesoro para el alma! No hace falta esperar que no mire nadie… ¡Pruébalo! Seguramente el mejor momento para hacerlo sea cuando menos te apetezca. Entonces el primer paso es esbozar una sonrisa aunque la expresión de tu cara sea otra. Parece una tontería pero... ¡funciona ! Recuerda que para los niños no tiene que haber un porqué, ni que seguir la lógica adulta. Ellos simplemente hacen y, después, el sentido aparece solo. ¡Es libertad absoluta y magia total!
Así que... ¿qué le diría yo a la niña que fui? Que no tenga tanta prisa, que la vida se construye viviéndola y que la alegría es una herramienta que fabrica dulzor. Y que la vida, cuando es dulce, es sencillamente mucho mejor.