A lo largo del siglo XIX, el mundo de la lírica provocaba pasiones que a día de hoy solo serían comparables con las que despiertan los grandes actores de cine. Los cantantes de ópera eran tratados como auténticas estrellas por un público multitudinario entre el que la ópera causaba furor. Dos de las mezzosopranos más adoradas del siglo fueron dos hermanas españolas, Maria y Pauline García, aunque no fueron conocidas por su apellido paterno, sino por el de sus respectivos maridos: Maria Malibran y Pauline Viardot, dos auténticas divas.
Habían nacido en París, hijas de un famosísimo tenor y compositor sevillano, Manuel García, y de su esposa, la soprano catalana María Joaquina Sitches, que habían hecho su carrera fuera de España. Maria nació en 1808 y Pauline 13 años después, en 1821. Ambas crecieron, como era lógico, aprendiendo música desde muy niñas, viajando por Europa de teatro en teatro y codeándose con los mejores músicos de su tiempo.
Mientras su hermana era aún poco más que un bebé, Maria ya debutaba y triunfaba con tan solo 17 años, primero en Londres y después en Nueva York. Desde el principio, deslumbró a los aficionados por su voz y su capacidad para hacer con ella toda clase de florituras extraordinarias, que entusiasmaban a la época, pero también por su belleza. En Nueva York, con 18 años, se casó con un rico empresario del que tomó el apellido Malibran, aunque en seguida se supo que el hombre estaba arruinado y el matrimonio se separó al cabo de pocos meses.
Años después, se casaría de nuevo con el violinista Charles de Bériot, aunque siempre conservó el apellido Malibran, con el que se había convertido en una estrella. Por desgracia, de su primer marido había adquirido una afición que le costó la vida: había descubierto la pasión por montar a caballo, y una mala caída le causó una conmoción cerebral de la que falleció, tras haberse desmayado en plena función, con tan solo 28 años. Para entonces, su hermana Pauline ya había seguido sus pasos. Nunca poseyó la delicadeza de la voz de Maria ni su belleza física, pero tenía una extraordinaria extensión vocal, un dramatismo inaudito y unos conocimientos musicales muy profundos, que hicieron de ella una nueva prima donna de los escenarios.
Pauline se casó a los 19 años con el director de un importante teatro de París, Louis Viardot, aunque fue durante mucho tiempo amante del gran poeta ruso Ivan Turgueniev. Vivió hasta los 89 años, educó a sus tres hijas y su hijo para que se dedicasen a la música, la literatura y el arte, formó como profesora a numerosas cantantes, compuso canciones y operetas, dio conciertos de piano y fue una figura fundamental del mundo artístico del París de su tiempo. Se negó a llevar la vida lujosa y frívola de una diva, y se empeñó por el contrario en convertirse en una mujer cuya profundidad intelectual, talento creativo y extraordinaria personalidad hicieron de ella un ejemplo de solidez.
Famosísimas en toda Europa, referentes constantes a la hora de hablar de los escenarios operísticos del siglo XIX, Maria y Pauline nunca pisaron España, donde no parece que hubiera mucho interés por oírlas. Su historia, igual que la de sus padres, es un triste ejemplo de la frecuencia con la que este país se desentiende de sus más notables talentos y, al mismo tiempo, de nuestra capacidad para triunfar allí donde somos respetados.