Hace algunos años una señora en sus ochenta acudió a mi consulta acompañada de sus tres hijos aquejada de una gran conmoción y desasosiego emocional tras haber retomado el contacto con lo que quedaba de su familia de origen tras más de cincuenta años de desvinculación. Su difunto esposo no tuvo una buena conexión con su familia ya desde los inicios de la relación hasta que, durante unas Navidades, tras una intensa discusión en la que el padre de la señora había insinuado que su yerno les estaba alejando de su hija, éste decidió que “nunca” perdonaría tal ofensa. Y así fue cómo, al volver a casa, prohibió terminantemente que en adelante nadie de los suyos tuviera ningún tipo de relación con su familia política.
La señora aseguraba que a lo largo de los años, en muchas ocasiones ella le había pedido, suplicado y exigido alguna suerte de acercamiento a lo que él se había negado, ofendido y herido profundamente aun por aquel comentario. Finalmente, tras la muerte de su esposo, ella había decidido buscar a los suyos. Sus padres habían fallecido muchos años antes y la única hermana que tenía siempre había lamentado que ella no pudiera haber sido partícipe de su boda, el nacimiento y los enlaces de sus hijos y el nacimiento de sus nietos. La experiencia, penetrante; el momento, emocionante; y el remordimiento, bien profundo. Fueron algunas sesiones familiares. Sin embargo, el impacto que me produjo esta triste y durísima historia me rondó la mente durante largo tiempo. Sin duda, esta historia reflejaba todas las caras de la moneda del perdón; la de pedirlo, la de perdonar y la de perdonarse.
La virtud de saber perdonar
Pocos rasgos del carácter encuentran tantos obstáculos en el camino como el perdón para ser traducidas en realidad y se ven tan impelidas a luchar contra el lado oscuro de nuestro ser que es el insistente ego para ser aplicadas en nuestra vida diaria. Y sin embargo, pocas como el perdón están tan íntimamente relacionadas y ejercen un enorme impacto en nuestra percepción de bienestar y salud.
Curiosamente, el perdón es una de las virtudes de las que más se ha hablado desde tiempos inmemoriales. No obstante, actualmente existe ya un interesantísimo cuerpo creciente de datos que atrae la atención hasta de los más escépticos hacia la relevancia del tema. Resulta casi provocadora la forma en que un numeroso grupo de investigadores procedentes de diversas disciplinas y universidades tratan de mostrar, a través de los resultados de sus trabajos, que devolver cordialidad a un acto poco amable fortalece la salud física, emocional y relacional de las personas.
Si ante las dificultades de la vida respondemos con buena voluntad, resiliencia, paciencia o compasión, eso nos hace más felices y saludables.
Nada más dañino y tóxico para nuestra percepción de satisfacción que la hostilidad, el resentimiento, el cinismo o la desconfianza. Así lo atestigua una gran abundancia de estudios entre los que destacan los de Fred Luskin, profesor de la Universidad de Stanford y director de la Stanford University Forgiveness Project, cuyos resultados son tajantes y concluyentes por ejemplo en que el enojo y la falta de capacidad de perdonar es una de las mayores causas de los problemas cardíacos. O que los efectos de no perdonar son similarmente devastadores como los de estar sometido a un estrés intenso durante largo tiempo.

Qué pasa cuando estamos enfadados por largo tiempo
Al estar enfadado, el cuerpo humano segrega adrenalina, cortisol y epinefrina. Al mantener esta segregación en el tiempo, se desestabilizan los sistemas nervioso y endocrino, y el organismo lo experimenta como algo normal. Para volver a regular estos sistemas, es necesario calmar el estrés provocado por este tipo de sentimientos. Y esta es una parte significativa del perdón. Este es el objetivo que el mecanismo del perdón está programado para conseguir. Luskin le llama el exquisito cableado del funcionamiento humano por el que los electroencefalogramas muestran que no importa que el mundo entero tenga una actitud positiva hacia nosotros, es en el mismo instante en que nosotros pensamos en alguien que no nos gusta que se dispara los efectos fisiológicos de tal pensamiento en nuestro sistema endocrino, sistema nervioso, en el ritmo cardíaco o en los impulsos del cerebro. Es claro, pues, el elevadísimo costo de devolver con la misma moneda.
Devolver una ofensa con la misma moneda tiene un costo emocional altísimo
Otra de las formas en que se manifiesta la falta de capacidad de ejercer la virtud del perdón es la actitud de discusión y lucha constante con la vida; ese hábito tan arraigado en muchas personas que es la queja permanente y perdurable se convierte en una “objeción vital”.
Vivimos, ciertamente, una época en que nuestro estilo de vida nos ha llevado a externalizar el locus de control y desarrollar, así, una tendencia espontánea a culpabilizar a los demás. Esta máxima, por lo general inconsciente, nos lleva a la implícita necesidad de transferir la responsabilidad de los hechos a los demás; al sistema, a la familia, al gobierno, a los hijos, al jefe, a la pareja, al vecino, sin darnos cuenta del alto precio que pagamos por vivir en tan tóxica cultura del victimismo.
El remordimiento y el sentimiento de culpa
Me permito, sin embargo, unas palabras explícitas sobre el remordimiento y el sentimiento de culpa. Recuerdo a un hombre de cierta edad que llegó a la consulta sumido en una tremenda depresión y, no sin dificultad, fue capaz de explicar que tras más de treinta años de matrimonio había sido infiel a su esposa. Su infidelidad –que su esposa desconocía– consistía en haberse citado con una señora, en dos ocasiones, a tomar una copa. Independientemente de lo que cada cual juzgue como infidelidad, él sentía profundamente lo que consideraba una gravísima falta de respeto y un atentado contra la confianza que durante toda una vida su esposa le había depositado ciegamente. Todo ello le tenía sumido en una tristeza infinita. No pasaron muchas semanas cuando, sirviéndose de sus remordimientos como motor, fue capaz de explicar lo sucedido a su mujer y pedirle perdón, dispuesto a asumir cualquiera que fuera la respuesta. La señora que quedó durante unos días sumida en la confusión, la ofensa y el dolor, comprendió pronto que la magnitud de los acontecimientos les debía llevar a preguntarse las razones de lo ocurrido y tratar de aprender las lecciones que contenía la experiencia.
Mucho se ha escrito acerca del sentimiento de culpa y yo no reiteraré lo ya conocido. Me interesa sacar a relucir aquí, sobre la base de mi experiencia profesional, la cara amable de esta emoción; porque también la tiene. He podido conocer y experimentar junto a numerosas familias y personas que, una vez trabajada la tempestad de los síntomas y malestares en sus innumerables formas, la culpabilidad puede mutarse en sentido, consciente y maduro, de responsabilidad.
Una vez trabajada la tempestad de los síntomas y malestares en sus innumerables formas, la culpabilidad puede mutarse en sentido de responsabilidad
El sentimiento de culpabilidad nos informa de que hemos actuado con libertad pero siendo incoherentes con nuestras normas de acción y criterios éticos; o de que hemos entrado en conflicto con nuestros propios principios de vida. Nos dice que nuestra acción, o su ausencia, ha tenido un impacto doloroso y unas consecuencias perjudiciales para otros. Y es, precisamente, esta consciencia que propicia todo remordimiento, lo que constituye un camino inmejorable para promover cambios en nosotros. La culpa bien entendida y mejor administrada nos lleva a meditar, a pedir perdón y disculpar, a reparar el daño infringido, a hacer propósitos de enmienda y, sobre todo, a aprender cómo evitar conductas similares en el futuro; contribuye, en suma, a nuestro aprendizaje y crecimiento.
En algún momento de la vida uno debe tener ocasión de entender que el perdón nada tiene que ver con nuestro interlocutor. Es sobre nosotros mismos y nuestra paz interior. Es sobre dejar ir a nuestro sufrimiento y dolor, nuestras cargas y las traiciones a las nos hemos visto sometidos sin tratar de aferrarnos a ellas. Es sobre la habilidad de estar en calma en este momento no importa lo que nos haya pasado ni lo terrible que sea su magnitud, es sobre la capacidad de regular nuestra serenidad interior en el presente.
El perdón nada tiene que ver con nuestro interlocutor. Es sobre nosotros mismos y nuestra paz interior