Tan solo hace 300.000 años desde la aparición del género Homo Sapiens en nuestro planeta. Unas cifras ridículas comparadas con los 4.500 millones de años que tiene la Tierra. Y, sin embargo, en esta corta franja de tiempo, los humanos nos hemos hecho de notar por encima de nuestras posibilidades. Las consecuencias, más allá de la ola negacionista, son bastante evidentes: una irremediable crisis ecológica tras décadas de sobreexplotación y desprecio hacia el medio ambiente. ¿Es posible cambiar nuestra visión antropocentrista por otra basada en el respeto hacia el medioambiente? Y en el caso de lo más pequeños, ¿cómo les hacemos llegar este mensaje?
No hace falta que imaginemos un futuro lejano, las consecuencias del cambio climático ya son palpables en nuestro día a día. Las inundaciones causadas por la subida del nivel del mar, el deshielo de los glaciares o las lluvias torrenciales son tan solo algunos efectos de lo que podría repetirse si la temperatura de la tierra continúa aumentando, que lo hará, según apuntan todos los expertos.
Ante esta situación, no es de extrañar que los jóvenes de hoy en día escuchen y mencionen términos como capitalismo, explotación y cambio climático. Ese, y no otro, es el mundo que les ha tocado vivir.
"Cuando yo pueda ser política, ya será tarde para actuar", dijo la activista medioambiental Greta Thunberng en una entrevista para EFE en 2019. Y es que, nada nos garantiza que como especie no vayamos a protagonizar la próxima extinción. ¿Qué podemos hacer para cambiar esto?
Ya se habla de la sexta gran extinción, que en esta ocasión está siendo provocada por la actividad humana
La bióloga Katia Hueso y autora de Educar en la naturaleza (Plataforma Actual) lo tiene claro: “Creo firmemente en el rol que tiene la educación para dar un cambio de rumbo. Un tipo de educación que tenga en cuenta el respeto por el medio ambiente”.

En el texto, la autora madrileña apunta hacia una educación que va más allá de contenidos y métodos. Es decir, una dinámica de enseñanza aplicable a escuelas, universidades y centros de trabajo en la que lo importante es aprender a vivir en el entorno, en lugar de a base de él.
“Educar en naturaleza es un acto democrático, universal, adaptable, inclusivo y accesible a cualquier persona, tiempo y lugar. Es, además compatible con otras formas de educar. Admite muchos enfoques, materiales, visiones y métodos”, explica la autora. En realidad, no se trata de ningún modelo cerrado, “es decisión de cada uno hasta dónde quiere, o puede, llegar en esta mirada”
Aprovechar la educación en la naturaleza como una forma de ser mejores personas para un planeta mejor
Planeta herido
Los motivos por los que incidir en una educación ambiental ya son bastante evidentes, aunque en ocasiones no sepamos o no queramos verlos. Por poner un solo ejemplo de lo que quiere decir Katia Hueso cuando utiliza el término “planeta herido”; se estima que para el año 2100 habremos perdido la mitad de las especies que había en la Tierra cuando llegamos los humanos.
De hecho, no es casualidad que cada cierto tiempo nos encontramos con catástrofes ambientales, climáticas, alimentarias o sanitarias fruto de un continuado método de explotación capitalista. Pese a eso, ¿somos capaces de apostar por modelos alternativos?
Desplegando el mapa de la naturaleza
Lo que realmente nos ofrece la educación en la naturaleza es un aprendizaje basado en el contacto regular, permanente y directo con la naturaleza silvestre. No se trata de explotar las zonas rurales o acudir en masa a los montes, sino de, como explica Katia Hueso, “aprovechar los elementos y los espacios que la naturaleza ofrece desde una perspectiva respetuosa con ella”.
Y este modelo de educación es todavía más importante en los niños, quienes configuran gran parte de su universo mental durante los primeros años de vida. ¿Por qué no enseñarles a cuidar de la Tierra mientras paseáis por un parque nacional?
Se trata de tener el mayor número de vivencias naturales y al natural
Para la bióloga, lo esencial es que los niños y las niñas exploren el medioambiente a su manera, eso sí, sabiendo que existen ciertos límites. Llevarlos a pasear por el mar, hacer una ruta por sendas ocultas o simplemente coleccionar piedras les enseña a ver que existe un mundo lleno de vida más allá de las pantallas y los aparatos tecnológicos.
En las montañas, a diferencia de la ciudad, podemos comprobar no solo cómo el ritmo de vida baja, sino que, alejados de todo, somos conscientes de las consecuencias que pueden tener nuestros actos. Puestos a buscar aventuras, ¿por qué no planear una excursión de supervivencia con toda la familia?
Recuerda que, como dice Katia Hueso; "educar en la naturaleza empieza con un sencillo paso, el que damos al cruzar el umbral de la puerta de casa. Sabiendo, además, que la naturaleza no pide nada a cambio. Solo está". Así que, sal ahí fuera, luego ya matizaréis el lugar al que acudir. La actitud es siempre lo más importante.