Últimamente parece que no nos cansamos de reinventar hábitos que llevan existiendo desde que el ser humano decidió dejar de ser nómada. Hablamos de nuevas tendencias en alimentación, del concepto de comer carne esporádicamente, que ya es extensamente conocido en la actualidad como ‘flexitarianismo’, refiriéndose en realidad a algo que ha sucedido desde siempre en muchos hogares, y sobre todo en aquellos con fondos insuficientes como para permitirse el capricho de consumir carne diariamente.
Lo mismo que sucede con “nuevas modas” como el ‘friganismo’ (que procede del término anglosajón freeganism), y que hace alusión a la recolección de alimentos que han sido previamente tirados a la basura o descartados por estar próxima o pasada su fecha de caducidad. Se trata en realidad de conductas que pueden beneficiar tanto al ecosistema como a nuestra sociedad, pero que no hacen más que reinventar otras que ya existían previamente. ¿La diferencia? Muy a menudo, su popularidad en las redes sociales.
Este nuevo “marketing de estilos de vida” ha sido el causante de gran cantidad de polémica, surgida entre los que promueven los beneficios de estas nuevas tendencias, y aquellos que no ven sino un intento de silenciar a las voces más críticas de la sociedad a través del autoconvencimiento y la búsqueda de la felicidad en cualquier tipo de realidad en la que nos encontremos.
¿Cómo surgió la moda del ‘nesting’?
Ese ha sido el caso, por ejemplo, de la última tendencia que describe los beneficios del hecho de quedarse en casa descansando durante el fin de semana, algo que ahora se conoce como nesting (un término que en inglés significa, literalmente, ‘anidar’). Según apuntaba Lisa White, directora del departamento de Lifestyle & Interiores de la conocida consultoría WGSN, “nuestras vidas están tan ocupadas, y el mundo a veces puede parecer tan espantoso por las preocupaciones económicas, políticas y ecológicas, que la casa se está volviendo un lugar donde realmente poder relajarnos, un antídoto”.
A lo que se estaba refiriendo Lisa era a la creciente tendencia que ya empezó a despuntar en 2015 (por aquel entonces se hablaba de housewarming) desde el sector de la decoración y el interiorismo, que fue el primero en clamar esta tendencia sociológica, como respuesta a la búsqueda de los consumidores de redescubrir el arte de vivir el momento, de gozar de su espacio y de los seres que lo habitan.
Lo mismo sucedía con otras corrientes que nos han llegado desde lugares más lejanos, como el grounded living (“estar conectado con la tierra”) que llegaba desde Hong Kong, o el hygge, de procedencia danesa, y que busca poner énfasis en la felicidad que se obtiene en las cosas simples. Algo que no deja de evocarnos esa insaciable búsqueda de la felicidad que hoy en día parece intoxicar la sociedad del bienestar, en un momento en el que quizás nos hemos dado cuenta finalmente que el tener aquello que deseábamos, o al menos aquello que nos permite vivir tranquilos y cómodos, no resulta nunca suficiente para hacernos felices.
¿Cuáles son sus supuestos beneficios?
“Pararnos en medio de este mundo de locos, conectar con nosotros mismos, con nuestros sentimientos y pensamientos para poder ver hacia dónde vamos, y orientar nuestra vida correctamente, es una absoluta necesidad humana para tener buenas relaciones, disfrutar de las cosas sencillas y gratis que ofrece la vida, así como para cuidar de nosotros, de los nuestros y afrontar los problemas eficientemente con una buena actitud”. Así lo afirmaba el doctor Vicente Saavedra, de la clínica de Medicina Integral de Barcelona.
Al igual que él, muchos otros especialistas se han sumado a la promoción de esta tendencia que abraza el descanso. Una pugna que intenta a su vez contrarrestar el frenético estilo de vida que nos rodea y en el cual nos invaden constantemente estímulos que parecen querer decirnos que “lo guai” es estar haciendo constantemente actividades de ocio: ese restaurante de ramen, esa escapada de ensueño, ese escape room… Ese afán por compartir todo aquello que consideramos divertido y especial, o lo que muchos conocen hoy día como “postureo”, nos puede llevar a sentirnos frustrados cuando nos damos cuenta de que nos faltan la energía o bien los medios económicos para estar a la altura de la gente cuyas vidas seguimos en Instagram, Facebook o Twitter.
En contrapartida, la tendencia del nesting pretende compartir y ensalzar los pequeños placeres de estar en casita calentitos (algo que ya de entrada resulta tan irresistible cuando hace frío), haciendo pasteles, dedicándonos a nuestro huerto urbano o, sencillamente, acurrucados bajo nuestra mantita delante de una buena serie de televisión. Y es que, según estudios llevados a cabo por la Universidad de Chicago, el descanso reduce la ansiedad y mejora las conexiones mentales y hasta el riesgo de padecer diabetes.
¿Pero, es oro todo lo que reluce?
Es muy probable que a estas alturas todos (o la mayoría) ya seamos conscientes de que el descanso es necesario para poder rendir, y que quizás no haga falta que se nos hable de nesting cuando nos apetece pasar la tarde sin hacer absolutamente nada productivo y sin necesidad de sentirnos culpables. ¿Se trata, pues, de una tendencia que busca realmente que nos sintamos felices con las pequeñas cosas y que abandonemos el frenesí del mundo moderno, o esconde en realidad la imposibilidad de muchos de no poder hacer otra cosa que quedarse en casa?
Eso es, al menos, lo que alegan muchas de las voces críticas que se alzan en contra de todas estas nuevas tendencias. Y es que, con la llegada de la crisis económica, han empezado a hacerse notar todos estos movimientos que, curiosamente, buscan que nos sintamos felices y a gusto con mucho menos, y llegan con un claro mensaje de que lo importante (y lo “guai”) en la vida es aprender a ser feliz con muy poco. Y, mientras tanto, no dejamos de recibir anuncios que nos invitan a consumir sin parar, a comprar esos productos eco que tienen un estilo tan minimalista y que tanto nos gustan ahora, o a dar “like” a todas esas imágenes de interiores perfectamente acogedores repletos de muebles de diseño. Curioso, ¿no os parece?
Ante un panorama tan asolador como alentador, según como se mire, no nos queda otra que aferrarnos al poco sentido común que aún nos queda e intentar encontrar, si cabe, un ápice de sentido común que nos permita encontrar el punto intermedio entre la voces que nos dicen que quedarse en casa es lo que nos hará realmente felices, y las que nos instan a salir constantemente y compartir nuestras experiencias con el resto de la humanidad, ya que, según parece, de no hacerlo, será casi como si no hubiera sucedido.