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"No hay que buscar ser el mejor, sino ser más completo"

Walter Riso lleva más de 30 años como terapeuta y escritor. Él sabe que la mayoría de luchas emocionales se dan por perseguir un imposible: la perfección. Este yugo cultural unido al de la felicidad es la base de su nuevo libro, Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz. Gracias a él, ya no seguiremos empeñadas en ser felices por encima de todo, incluso de nosotras mismas.

Walter Riso_EntrevistaOB
Walter Riso_EntrevistaOB
Carmen Aguilar

Periodista

Escuchar a Walter Riso es desaprender. Es sonreír. Es carcajearse. Es pensar: “qué razón tiene...” o “¡cómo es posible que no hayamos reparado en eso antes!”. Oír sus reflexiones nunca exentas de la dosis adecuada de sentido del humor resulta motivador y, al final, sus argumentos siempre sacuden nuestra mente con un tan necesario como inevitable ejercicio de autoestima. Intuyendo un encuentro enriquecedor, quedamos con él para conversar sobre su último libro, Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz (Planeta/ Zenith). Un ensayo que te remueve con su lectura, mientras vas caminando por las 10 premisas liberadoras de este doctor en psicología, napolitano de cuna y argentino de verbo. Sin desvelarlas en exceso, tan solo diremos que algunas de estas premisas (o todas, ¿por qué no?) podrían colgar en varios post-it en nuestra casa. Seguro que al levantarnos –o al acabar el día– esos recordatorios tan revitalizadores nos pondrían en la senda de la autorrealización personal.

 

¿Por qué has querido elegir la felicidad como tema de tu nuevo libro?

No es porque esté de moda. El bienestar es lo que buscamos todos. Para mí, escribir un libro sobre la felicidad mostrando estos errores marca un camino interesante. Porque la felicidad no es que tengas que hacer ciertas cosas para ser feliz. La felicidad es más desaprender que aprender, y yo hasta montaría un colegio para desaprender, imagínate tres años de desaprendizaje tras la secundaria... Si alguien quiere tener mejor calidad de vida debe liberarse de estas 10 premisas que yo planteo en el libro. Tras más de 30 años como terapeuta sé que las personas se pueden liberar de dos o tres de estas premisas y el resto vendrán solas.

 

¿Estos mandatos vienen por la sociedad o son errores en los que caemos solos?

Es cultural. Es un lavado cerebral que nos hacen los medios de comunicación, los colegios, la familia... Es la cultura del sufrimiento inútil. Quien se acerque a esta lectura verá cómo romper este esquema cultural e inventar sus propias reglas. Y hacerlo no es volverse un psicópata, obviamente. Te pondré un ejemplo sobre lo que solemos hacer para evitar la inseguridad. Ser inseguro es malo, es un antivalor cultural. Así que la cultura inventa el lado opuesto, una premisa que dice: “Tú, que eres una persona segura de todo, no debes dudar de nada, nunca”. Y eso es imposible. Cada vez que dudamos nos autocastigamos. No sé por qué no se hacen campañas contra el maltrato cultural. ¡Me declaro un antisistema emocional!

 

Pero hay dudas y dudas... Las hay que nos paralizan y otras que no suponen apenas inconvenientes.

Ser totalmente inseguro es la duda que te frena, porque hay un gran miedo a equivocarse. Pero en nuestra cultura se estigmatiza el error. Lo maravilloso no es ser perfecto, es descubrir los errores y arreglarlos. ¿Quién no tiene dudas? Un imbécil, una persona estúpida. La duda mala, la no adaptativa, te frena por el miedo a equivocarte, no corres riesgos, no exploras... Y en la vida hay que arriesgarse por el bien de la salud mental. La persona atrevida, en el buen sentido, va hacia delante porque la duda sana te lleva a realizarte a ti mismo, te empuja a investigar y te hace descubrir nuevos caminos. En cambio, hay mucha arrogancia en las personas que no se revisan a sí mismas, eso se llama fundamentalismo, dogmatismo... Una persona sin curiosidad es un zombi; es un robot. Imagínate estar con la persona que amas e investigarle los poros de su piel, uno a uno... ¡Me parece genial!

 

Las hay que escudriñan los poros de su amado, pero jamás se arriesgan.

Entonces son mentes rígidas que chocan con la realidad. ¿Cómo haces tú para avanzar en la vida si no tomas riesgos? La vida es una curva de probabilidades, donde todo el día se presenta el error posible. Tienes que meter la pata, porque si no quieres, tienes una patología que se llama trastorno obsesivo. En la mayoría de las cosas en la vida, ¿qué problema hay en equivocarse? Hay gente que se desespera, suda, le entran taquicardias... Si me equivoco, pues asumo las consecuencias.

 

¿Una mente rígida tiene la oportunidad de evolucionar y ser flexible?

Sí, cuando vive situaciones límite. Nuestra cultura nos dice que las debemos esquivar siempre, pero es un error. Si yo digo que no creo en Dios, y en este momento se me abre el cielo y aparecen unos ángeles alados que me agarran y me llevan a dar un paseo, entonces revisaría mi ateísmo. ¿Si yo no me reviso a mí mismo cómo no voy a detectar si hay algo malo en mí? Es más, no es solo revisarse, también reírse de uno mismo. Los que se toman a sí mismos muy en serio, los que no se exceden, los que son absolutamente formales, los que son trascendentes en todo... ¡Son como un huevo sin sal! La clave de la salud mental es tomarse el pelo a uno mismo. Y cuando uno empieza a ver su imperfección como una oportunidad para mejorar está en el buen camino. Si te deprimes por tus imperfecciones, vas a vivir siempre deprimido. Debemos asumir que la perfección no existe, es un invento cultural.

 

Hay gente deprimida y ansiosa, personas que se ven incapaces de cambiar.

Hay gente deprimida porque está en el pasado y hay gente ansiosa porque está en el futuro. Todos ellos han puesto estándares inalcanzables o metas irracionales. Y, por ejemplo, no puedes cambiar el pasado, pero sí resolver el presente. Estar en el pasado implica lamentarse y estar en el futuro pensar que me pueden pasar cosas tan horribles... Detrás de estas actitudes siempre está la idea de “no soy capaz”. Pero cuando uno se lanza al ruedo, puede descubrir lo contrario.

 

¿Y cómo te quitas la culpa?

La culpa es una manera de castigarnos porque hemos transgredido un principio moral. La culpa tiene que ver con la etiqueta de “soy malo”, cuando deberías decirte: “me equivoqué”. En la vida puedes sentirte culpable sin flagelarte. Cambiemos la palabra culpa por responsabilidad. Puedes cometer un error y asumir tu responsabilidad. ¿Para qué necesito la culpa? Cuando somos niños y hacemos algo mal, y nos autocastigamos, ¡nos felicitan y nos perdonan! La gran paradoja de la culpa es que sentirse mal para ser bueno. Apunta tus conductas, critícalas y mejóralas. “Soy un estúpido”, no; “me comporté de forma estúpida”, sí. Las etiquetas son categóricas, ponerlas es muy fácil, pero quitarlas es muy difícil. Está en nuestras manos rebelarnos contra éstas, revisarlas y ver si somos así o no. El autocastigo debería estar prohibido por ley. Castigamos el odio racial y la violencia, pero, ¿por qué aceptamos la violencia interior?

 

Qué importante es lo que nos decimos.

Tú eres la última persona que te calificas. Para los estoicos, el último pensamiento es tuyo. La mente es parlanchina y es muy fácil tener un diálogo interior negativo. Pero tu eres el último juez de tu propia conducta.

 

Pero se nos exige ser los mejores.

Pues debemos descubrir nuestros propios cánones. Yo soy como soy, con todas mis imperfecciones y mis grietas. No hay que buscar la perfección del yo; hay que buscar el fortalecimiento del yo; no hay que buscar la grandiosidad narcisista, sino que hay que ampliar el ser; no hay que buscar ser el mejor, sino ser más completo. Fíjate, un artículo puede cambiar nuestra concepción de la vida: ser mejor o ser el mejor. Yo lo tengo claro.

Elijo ser mejor.

 

¿Y eres feliz?

Cada día soy menos infeliz. Para mí la felicidad es un horizonte que nunca vamos a alcanzar, pese a que nos inspira y vamos a hacia él. Por eso prefiero hablar de alegría, de momentos que se aproximan a la felicidad. Para mí la clave está en aceptar la tristeza como parte de la felicidad, porque te limpia, te ayuda a pensar en ti mismo, a parar y a renovarte. El mandato social es que debemos ser felices las 24 horas del día y que la felicidad es lo máximo, así que yo le digo a mis lectores, “no busquen tanto la felicidad y sí la alegría”. La felicidad son tres cosas: la vida hedonista, darte gusto y placer; la vida gratificante, estar en tu vocación, desarrollar tu autorrealización, y la vida con significado, que es darle un sentido a tu vida espiritual. Cuando tienes esas tres vidas estás muy cerca de la felicidad.

Sobre el autor
Carmen Aguilar

Estudió Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y cursó el posgrado de Comunciación Empresarial en la Universidad Pompeu Fabra. 

Empezó trabajando en El Mundo de Catalunya y participó en la redacción semanal del Tendències, un cuadernillo cultural que El Mundo de Catalunya publicaba todos los viernes. 

Su mayor experiencia ha sido formar parte del equipo de redacción y ser jefa de sección en el diario ADN, un medio que alcanzó más de un millón de lectores. Actualmente, es directora de la revista Objetivo Bienestar. 

Interesada en el área del Social Media y el Community Management, además de los contenidos referentes al periodismo cultural y el mundo de la tecnología.

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