El miedo es, según la Real Academia de la Lengua, la "perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario". La aversión es distinta: el "rechazo o repugnancia frente a alguien o algo". Es decir, que mientras el miedo implica pensar en los efectos no deseados o dañinos que puede tener hacer algo, la aversión supone una negativa profunda y visceral a hacerlo.
En una situación que amenaza nuestra vida o integridad física, sentir miedo es necesario, ya que nos impulsa a defendernos. Pero cuando tenemos pensamientos como "si pido el aumento, se reirá de mí" o "si no quedo con mi pareja, se enfadará conmigo", estamos imaginando la consecuencia que podría tener una acción, es decir, algo que todavía no ha ocurrido. Este tipo de miedo se basa en creencias ("si no me quieren, no valgo nada") en lugar de hechos ("hoy no me va bien quedar"). Por lo tanto, el miedo, responda o no a la realidad, sigue una lógica.
Por otro lado, la aversión es irracional. Por ejemplo, si alguien se empacha con un alimento en particular, después puede que durante años sea incapaz de comerlo. Aunque lo que le sentó mal fue la cantidad de comida ingerida, el hecho de asociar el malestar físico a un alimento concreto le hace rechazarlo incluso en raciones pequeñas. Por lo tanto, cuando sentimos miedo es nuestro cerebro el que rechaza algo y cuando sentimos aversión es nuestro cuerpo el que lo hace.
Tanto el miedo como la aversión provocan una sensación de tensión o de ansiedad, así que para diferenciarlos lo mejor es buscar unos momentos de soledad para conectar con las propias emociones. Si elucubramos historias sentimos miedo y si nos invade una sensación desagradable e inexplicable sentimos aversión.
¿Qué diferencia hay entre el miedo y la aversión?
Cuando pensamos en lo que puede salir mal, tenemos miedo, y cuando algo nos provoca un rechazo profundo, sentimos aversión. El miedo, pues, es más fácil de superar.
