A cuento de ese famoso tercer lunes de enero, que los americanos señalan como el más triste del año, por ser donde la famosa cuesta se hace más empinada, donde se evidencia que los buenos propósitos se quedarán solo en buenos propósitos y el frío arrecia, me he percatado de lo mucho que se congelan las ilusiones en los meses invernales.
Siempre he pensado que si no se tiene nada más que mala suerte, lo suyo es vivir en algún lugar donde no haga frío, para que, al menos, lo de echarse a descansar no resulte una condena. Perodado que lo del frío o el calor no se puede organizar y que tampoco disponemos de unas pastillitas de soma como las de los protagonistas de Un mundo feliz de Aldous Huxley –para verlo todo de color de rosa– casi conviene hacer ese ejercicio de sacar de dentro toda nuestra artillería para combatir esa adversidad que se empeña en dejarnos las ilusiones hechas un polo o completamente desaparecidas durante el invierno.
Para empezar nada como tirar de nuestra propia resiliencia, que es esa capacidad de los seres vivos para sobreponerse al dolor, la perturbación o la desgracia y, en definitiva, para poder aguantar lo que venga. Y a partir de ahí que empecemos a darnos cuenta de que la vida pasa mientras nosotros hacemos planes, como bien decía John Lennon, y que hay que ponerse manos a la obra, nos deparen lo que nos deparen los tiempos. O lo que es lo mismo, que si nos ponemos a esperar a que suceda algo muy grande, igual nos perdemos las pequeñas cosas de cada día, que son las que verdaderamente nos pueden proporcionar momentos de felicidad.
Es cierto que andamos en una etapa difícil de nuestra historia y que muchas veces cuesta saltar de la cama con entusiasmo para enfrentarse tal vez a un trabajo que ni remotamente se parece al soñado o a una relación que hace mucho que perdió el brillo de antaño; pero si determinamos que no hay tarea poco importante, que cualquier cometido tiene su responsabilidad y que las relaciones no solo de pareja, sino también las personales, dependen en buena medida de nosotros, podremos optar por un camino distinto y volver a sentir cada día como un día nuevo.
Para ello nada como que nos acicalemos cada mañana antes de enfrentarnos al espejo, para vernos bien, que comamos equilibradamente y hagamos ejercicio para sentirnos mejor, y que alimentemos nuestra alma y nuestro intelecto con lecturas, películas, conversaciones y miradas curiosas para poder intercambiar contenidos con los demás. Si conseguimos que esos gestos formen parte de nuestra rutina diaria y los cambiamos por el desánimo mañanero que invita al desaliño, la pereza de los días fríos que rehúye el deporte y la desidia de la desgana que aleja el interés por el conocimiento, venceremos a cualquier lunes, por muy azul que sea, y recuperaremos las ilusiones.
Tres recomendaciones para sentirse mejor.
1. Collagen GOLD un suplemento bebido. Puro alimento para la piel, el cabello, las uñas, los huesos y las articulaciones (www.lookfantastic.es).
2. La terapia láser de baja intensidad del casco iGrow, un regenerador capilar de uso doméstico para recuperar la cantidad y la calidad del cabello (www.quieroganarpelo.es).
3. Confianza en uno mismo y otros ensayos, de Ralph Waldo Emerson. Un clásico imprescindible en la búsqueda de la autoestima.
A cuento de ese famoso tercer lunes de enero, que los americanos señalan como el más triste del año, por ser donde la famosa cuesta se hace más empinada, donde se evidencia que los buenos propósitos se quedarán solo en buenos propósitos y el frío arrecia, me he percatado de lo mucho que se congelan las ilusiones en los meses invernales.